El líder del PSOE, José Luis Rodríguez Zapatero, acudió a su comité federal en un momento complicado, que trató de sortear exhibiendo la buena gestión económica de Pedro Solbes, aunque sin mencionarlo. En resumen, una buena dosis de autobombo y una ausencia total de autocrítica, que le resta credibilidad y merma de alguna manera la presentación de unos buenos dividendos políticos en materia económica y social. Otros resultados, como los de la política exterior, son a lo sumo discretos, y en políticas como la antiterrorista o incluso la autonómica, si algo planea es la incertidumbre.
El hombre de la sonrisa congelada empieza a acusar el paso del tiempo en el Gobierno, lo cual suele traducirse en dos cosas: en alejamiento del pulso de la calle y en un deseo de brillar en la escena internacional, en su caso a base de derrochar la misma ingenuidad que a veces despliega para arreglar ciertos problemas internos.
Sería, sin embargo, injusto no valorar positivamente ciertas políticas de este Gobierno, así como su capacidad para implicar a los agentes sociales en su desarrollo. El PSOE demuestra en ese sentido una capacidad de diálogo con otras fuerzas políticas, con los empresarios y con los sindicatos muy superior a la acreditada en otros momentos por el PP. En cambio, adolece de realismo cuando atribuye a otros ciertos problemas o ciertos riesgos que corre España. No es serio, por ejemplo, que el presidente del Gobierno diga que por culpas ajenas se puede perder la mejor oportunidad de los últimos tiempos para acabar con el terrorismo de ETA. Precisamente porque el diálogo es la única vía para acabar con el terrorismo, hay que saber dirigirlo, implicando a la oposición, por muy tozuda que sea, que lo es.