Las circunstancias van a obligar al presidente norteamericano a tomar decisiones, en un plazo más corto que largo, acerca del curso a seguir en la cuestión iraquí. Tanto la creciente espiral de violencia que sacude a Irak, como la pérdida de control de las cámaras en beneficio de los demócratas tras las elecciones legislativas, le fuerzan a ello. La situación es tal que incluso los propios asesores presidenciales podrían estar intentando convencer a Bush de que así no se puede continuar.
A juicio de los analistas, tres son las opciones que se barajan al respecto: aumentar el número de tropas, aligerarlas pero quedarse por más tiempo, o bien una retirada en toda regla. La primera opción, es decir, sobrepasar considerablemente esa cifra de 140.000 soldados norteamericanos presentes ahora en Irak a fin de afrontar la insurgencia, se considera improbable -pese a que podría ser la preferida por Bush- ya que hasta desde el Pentágono se juzga que Washington no dispone de suficiente capacidad militar para hacer frente a un aumento de tropas. En cuanto a la posibilidad de retirar tropas, pero permanecer por más tiempo en el país, no parece complacer al sector más duro de un Gobierno estadounidense que vería en ello una especie de derrota. Finalmente, una retirada rápida y en toda regla le acarrearía a Washington un universal descrédito reconocido que desencadenaría una sangrienta guerra civil en el país.
La torpeza e imprevisión han conducido a los norteamericanos a una situación que de no resultar trágica sería cómica, ya que tienen difícil lo de quedarse pero tampoco pueden irse. Aunque, francamente, dada la absurda política seguida por la Casa Blanca, a nadie sorprendería que se quedaran, enviaran más tropas y continuara la sangría.