El último atentado terrorista de ETA no sólo ha dinamitado las expectativas de un final de la violencia y del «proceso de paz» emprendido por el Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero. Desafortunadamente, la necesaria unidad de los partidos democráticos en su lucha contra la barbarie está, hoy por hoy, lejos de atisbarse en la lejanía.
El lehendakari vasco, Juan José Ibarretxe, contra lo que se había acordado, convocó una manifestación bajo el lema «Por la paz y el diálogo» previa a la que tendrá lugar en Madrid, movilización a la que acudirán los socialistas vascos pese a su desacuerdo con el lema. De esta manera, rompiendo cualquier posibilidad de consenso, Ibarretxe ha echado por los suelos la posibilidad de ofrecer una imagen de unidad. Flaco favor ha hecho a la lucha contra la banda en un momento tan crítico.
Y lo que es en Madrid, tampoco pintan nada bien las relaciones entre el Gobierno y el principal partido de la oposición, que volvieron a escenificar su desencuentro tras la entrevista que mantuvieron Rodríguez Zapatero y Rajoy en La Moncloa.
Apenas unas horas antes, Arnaldo Otegi pedía a ETA que mantuviera el alto el fuego en las condiciones de marzo de 2006 y acusó al Gobierno de haber hecho una «pésima gestión» del proceso, eso sí, sin condenar en ningún momento el atentado de Barajas.
Visto todo ello, parece que la clase política española no ha entendido el clamor mayoritario de la sociedad, que pide esa imprescindible unidad frente al terror, que pide a Otegi una enérgica condena y que se deje de sutilezas semánticas y de amparar a unos asesinos, que exige respuestas frente al peor ataque de ETA desde 2003, que quiere vivir en paz.
Desgraciadamente no estamos mejor que hace tres años, sino en el peor de los escenarios posibles. Aún se puede reconducir la situación, pero se está haciendo todo lo posible para enconar aún más los ánimos y, con ello, con esa lucha partidista, lo único que se consigue es dar más oxígeno a la banda.