El presidente de los Estados Unidos pronunció ayer en la Cámara de Representantes su discurso sobre el Estado de la Unión ante una nueva mayoría demócrata que escuchó a Bush sin sobresaltos, sabiendo de antemano que ha caído hasta el 33 por ciento su popularidad debido, en buena parte, a la política estadounidense en territorio iraquí.
Bush dejó a un lado los discursos victoriosos de otros años y apeló a la conciliación para conseguir la aprobación del envío de más de 20.000 soldados a Irak para conseguir una paz que no llega y de la que desconfía una buena parte del electorado.
Por ello, y a pesar de su reiterada petición de continuar con su programa en Oriente Medio, habló de otros temas que no detalló, aunque sí expuso ante congresistas y senadores. Entre ellos, un programa para resolver el problema migratorio o la llamativa aceptación de Bush del gran desafío que supone el cambio climático, cuestión a la que había hecho oídos sordos hasta la fecha. Basta recordar su negativa a ratificar el Protocolo de Kioto e incluso los interrogantes que llegó a plantear acerca de la existencia del problema.
Bush lo intentó casi todo para demostrar un ligero cambio de actitud y acercamiento hacia determinados asuntos de interés nacional que durante estos últimos años han permanecido en un segundo plano.
De nuevo apeló al consenso para apoyar los programas y regresó a su petición de incrementar los militares en Irak, tema espinoso e impopular, que los demócratas no apoyan y que Bush quiere llevar a cabo como sea ante la amenaza de una «batalla épica» en un país destrozado y arrasado desde la invasión estadounidense. Bush, en la recta final de su mandato, está solo, pero no renuncia a su plan, surgido tras los atentados de las Torres Gemelas como respuesta al terrorismo internacional, una respuesta que se ha demostrado ineficaz y generadora de nuevos conflictos.