Han pasado diez años, aunque el recuerdo de aquellos días aciagos permanece muy vivo en la memoria de todos. Era un joven de 29 años y estaba a punto de casarse, como tantos otros. Hijo de trabajadores gallegos afincados en el País Vasco, el único «delito» que cometió Miguel Àngel Blanco en corta vida fue definirse políticamente en un lugar en el que las libertades están recortadas por el terror. No es fácil estar en política en Euskadi. Y lo es mucho menos pertenecer al Partido Popular y ocupar un cargo público por ello, dando la cara, con valentía, con todo el derecho.
Así lo demostró ETA hace diez años y sigue demostrándolo a diario desde entonces. Quizá fue su juventud, tal vez la costumbre de coger el mismo tren a la misma hora, lo que le convirtió en blanco fácil para unos asesinos que «ensayaron» nuevos métodos criminales aún más crueles en la persona de este concejal de la localidad guipuzcoana de Ermua.
Tal como amenazó la banda terrorista, fue asesinado 48 horas después, de dos tiros en la nuca. Hoy es el tiempo del recuerdo, del dolor y de la reflexión. Pero también es el momento de plantear soluciones, salidas, a una situación que continúa estancada, que lleva anquilosada desde hace cuarenta años. Y de recuperar el espíritu de unidad de Ermua.
No es el momento de señalar con el dedo al rival político, como ha hecho Mariano Rajoy comparando aquel momento terrible con los recientes intentos de negociar un final pacífico para ETA llevados a cabo por Zapatero. Lo dijo Kennedy en los 60 y sigue siendo un pensamiento válido: «No negociemos con miedo, pero jamás tengamos miedo a negociar». Ésa es la filosofía. Perder el miedo. Atacar a ETA con toda la fuerza de la razón y de la democracia, pero no arrinconar ninguna posibilidad de alcanzar la paz. Ésa es la mayor ambición de un pueblo: vivir en paz.