Los incendios que han asolado las islas de Tenerife y Gran Canaria, cuyas devastadoras consecuencias todavía no han podido ser evaluadas por completo, han vuelto a poner de manifiesto la impotencia de los medios contra incendios cuando se combina la malévola intencionalidad de unos desaprensivos -no hay duda de la intervención humana en el origen de los fuegos- con la adversidad de la propia naturaleza para frenar el dantesco avance de las llamas; calor y viento avivando durante días una pira de decenas de miles de hectáreas.
En esta ocasión, y por fortuna después del precedente del pasado año en Galicia, en Canarias todos los indicios apuntan que la Administración ha sabido trabajar de manera coordinada, tal y como ha reconocido el presidente del Gobierno canario, Paulino Rivero. También cabe destacar la rápida reacción del presidente del Gobierno central, José Luis Rodríguez Zapatero, que no ha dudado en desplazarse hasta las Islas para conocer de primera mano el alcance del desastre y anunciar la adopción de medidas urgentes y extraordinarias para paliar las consecuencias de los enormes incendios forestales.
La recién creada Unidad Militar de Emergencias, al mando de la cual se encuentra el general mallorquín Fulgencio Coll, se ha estrenado, en la práctica, en los incendios de Tenerife y Gran Canaria y con indudable éxito. Sin embargo, lo ocurrido estos días es una clara invitación a plantear la conveniencia de establecer un adecuado despliegue, por todo el Estado, de los servicios de intervención disponibles. La rapidez en la intervención es la clave determinante para que puedan minimizarse las consecuencias de los desastres que, intencionados o naturales, nadie está libre de padecer en cualquier momento.