La evolución de la economía española sigue acaparando titulares mediáticos, los cuales desde hace semanas no dejan de vaticinar previsiones a la baja. La última corresponde a la Unión Europea, cuyo comisario de Asuntos Económicos y Monetarios, el español Joaquín Almunia, reduce al 2'2% el ritmo de crecimiento "una décima por debajo de la previsión ya corregida del Gobierno" para este mismo año, cuya proyección que para el próximo ejercicio de 2009 estima en un escueto 1'8%.
Todos los indicadores, según los estudios de la Unión Europea, de la economía española caen en barrena. Aumentan el paro y la inflación, mientras se reduce el consumo interno junto con el endurecimiento de las condiciones crediticias; todo un escenario casi apocalíptico que hace peligrar, incluso, el actual superávit público.
Llama la atención que pese a todos estos malos augurios, la economía de España seguirá creciendo por encima de la media de la zona euro, cuyo PIB para este año será del 1'7%, un aspecto que también debe tenerse en cuenta si de lo que se trata es de abordar con realismo la cuestión. Aquí es donde radica el eje central del análisis sobre la base real que sustenta la actividad económica del país, la cual contempla cómo se desvanece el espejismo de una actividad inmobiliaria desmesurada "apoyada en una demanda exterior que ha desaparecido y una interior ralentizada por la elevación de los tipos de interés hipotecario" para entrar, tal y como detallan algunos analistas, en una fase de mayor realismo.
El proceso será, lo está siendo, doloroso, en especial por los costes sociales que supone, pero ello no significa que se deba arrojar la toalla en esta batalla por remontar las dificultades. Las previsiones, por agoreras que sean, no siempre son las más acertadas.