El 9 de agosto del pasado año estalló la mayor crisis financiera de los Estados Unidos desde el crack de la Gran Depresión, la ausencia de liquidez provocada por las hipotecas subprime (concedidas sin apenas garantías) acabó provocando el pánico en los mercados internacionales hasta acabar afectando a la banca española, que se mostró incapaz de seguir financiando el sector inmobiliario, y provocando su desplome.
El encarecimiento del petróleo y la escasez de productos alimentarios han sido los componentes que se han añadido para agravar, todavía más, la coyuntura económica mundial; un escenario en el que España está siendo castigada con dureza. El deterioro económico en nuestro país está siendo mayor de lo esperado, y mucho más rápido. En apenas unos meses, al parón inmobiliario y el incremento de los tipos de interés se ha añadido una inflación galopante y unas cifras de paro que no se veían desde hacía más de una década. La crisis está llegando a las familias y el consumo se ha detenido. Las previsiones de crecimiento del Producto Interior Bruto (PIB) se sitúan en torno al 1% frente al 3'8% del 2007.
Los analistas calculan que esta recesión económica no se superará hasta entrado el año 2010, plazo sobre el que el presidente del Banco Central Europeo, Jean Claude Trichet, se muestra escéptico pero en el que, hay que interpretarlo como un alivio, no parece que vayan a subir los tipos de interés. La batalla, en el seno de la Unión Europea, se centra en frenar la inflación, condición previa para poder vislumbrar una recuperación.
Esta crisis deja patente la necesidad de contar con organismos y medidas de control de ámbito mundial, una economía abierta y globalizada no puede quedar a merced de políticas financieras temerarias.