Parece que por fin -seguramente no servirá de precedente- los líderes del Gobierno y de la oposición se han puesto de acuerdo en algo. No en cómo salir de esta crisis que no remonta, en cómo afrontar asuntos delicados como el terrorismo, el aborto o el secuestro de nuestros pescadores, pero el paso dado, aunque pequeño y casi testimonial, es una buena noticia.
Se trata de la elección del nuevo presidente de Radio Televisión Española, Alberto Oliart, que fuera ministro de Defensa en la época de la UCD en el poder, con Leopoldo Calvo Sotelo al frente.
Ha llovido mucho desde entonces y el país ha cambiado radicalmente, pero quienes le conocen admiran de Oliart su talante independiente, su enorme cultura y su libertad para llevar a cabo proyectos sin ataduras y sin servidumbres.
No es fácil su tarea. Se le encomienda la remodelación de un ente gigantesco, de estructuras casi prehistóricas y que debe recuerar el rumbo que corresponde a una televisión pública. Ahora Oliart se enfrenta al reto de evitar la maldición de no ser más que juguete propagandístico en manos del Gobierno de turno, que tampoco sirva a los intereses publicitarios y a la dictadura de la audiencia.
Si se hace bien, el ente puede convertirse en un referente de calidad, de prestigio y de independencia informativa y formativa.
Liberarse de la esclavitud de la publicidad y de la audiencia, como parece que ocurrirá en breve, será la mejor de las noticias para los televidentes que, aparte del entretenimiento, aspiran a encontrar en la televisión un medio de información, de cultura y de formación del espíritu crítico.