El miércoles 21 de febrero, con el rito austero y grave de la imposición de la ceniza, daremos inicio al tiempo de Cuaresma, cuarenta días de preparación a la gran fiesta de la Pascua, a la que llegaremos después de haber celebrado el Triduo Sacro de la Pasión y Muerte del Redentor.
Se trata de un hecho que en algunos ambientes no significa nada. Me llama la atención que tiempos sagrados de otras religiones adquieren gran relieve en los medios de comunicación social, mientras que éste apenas tiene repercusión mediática. Quisiera, por ello, llamar la atención sobre este periodo que los católicos nos disponemos a vivir no sólo como un itinerario de conversión personal, sino también como aportación a la vida de la sociedad en la que vivimos.
Cuaresma, que viene del latín quadragesima dies, significa cuarenta días hacia la Pascua. El número cuarenta es significativo en la Biblia: 40 fueron los años que el pueblo hebreo pasó en el desierto antes de alcanzar la Tierra prometida; 40 días fueron los que caminó Elías por el desierto hasta el Horeb; 40 días son los que pasó Jesús en el desierto, venciendo las tentaciones de Satanás…Y así, cuarenta días son los que la Iglesia nos propone como preparación a la Pascua, el principal acontecimiento de nuestra salvación.
En esa preparación hemos de acoger las primeras palabras de Jesús que nos trae el Evangelio de San Marcos: «Convertíos y creed en el Evangelio».
La expresión «convertíos» debe ser acogida y puesta en práctica; sólo cuando seremos perfectos no tendremos necesidad de hablar de la conversión, y eso no será nunca sobre esta tierra. Convertirnos es la invitación que nos hace la Iglesia siempre, pero especialmente en estos cuarenta días de la Cuaresma, lo cual nos tiene que comprometer a una seria revisión de nuestra vida y a tener el firme propósito de comportarnos siempre como nos enseña Dios, no como enseñan otros al margen de Dios, sin Dios o contra Dios.
Convertirse y creer en el Evangelio. El Evangelio es todo aquello que Jesús ha venido a decirnos y revelarnos por encargo del Padre. Creer en el Evangelio es estar convencidos de que Él es el «camino, la verdad y la vida», es decir el único camino que nos conduce al Padre, la única verdad que nos salva y por ello hemos de acoger, la única vida que no tiene ocaso.
Así en la Cuaresma hemos de fortalecer el compromiso que tenemos por la fe de seguir siempre los ejemplos de Jesús y poner en práctica sus enseñanzas. Y esa conversión, recuperada y fortalecida en esto días ha de ser un elemento continuo de nuestra vida.
Una Cuaresma bien vivida nos hace más libres, más fuertes, más gozosos, más centrados en la verdad, protagonistas de una conducta correcta.
Así, en la Cuaresma hemos de tratar de liberarnos de alguna esclavitud e imponernos, como ayuda de dominio de uno mismo, alguna mortificación voluntaria; también hemos de estar más atentos a las necesidades de nuestros hermanos, ayudándoles con nuestro servicio en su favor; fortalecer nuestra vida espiritual, reservando cada día un poco de tiempo a la oración y a la meditación; participar vivamente en las iniciativas de las comunidades (parroquias, movimientos, etc.) que se organizan y proponen, aunque ello nos pueda costar un poco de sacrificio. Son cosas sencillas, pero importantes porque nos ayudan a convertirnos, a ser mejores, a acoger más y mejor lo que de nosotros espera el Señor.