Hace exactamente cuatro años tuve la oportunidad y la inmensa suerte de conocer a las madres de Lucas, Tomás, Juan Carlos y Arián; cuatro chavales alumnos del Colegio de Can Raspalls cuyas enfermedades les han provocado una alto índice de discapacidad que, a su vez, les impide llevar una vida ortodoxa para niños de su edad. Terminé aquel encuentro impactado emocionalmente por la fuerza y el ímpetu de unos progenitores que se desviven por y para el bienestar de sus hijos. Mi fotógrafo, que recientemente había sido padre, llegó temblando a la redacción. Me hablaron lo difícil que se les hace el día a día en situaciones que para las demás familias pasan totalmente desapercibidas, como es el hecho de que muchos de los aparcamientos para minusválidos de la ciudad de Eivissa son demasiado pequeños para poder desplegar la plataforma y bajar a sus hijos en silla de ruedas de la furgoneta.
También me comentaron los pocos recursos humanos con los que entonces contaba Can Raspalls para poder encargarse de sus hijos y la demanda de un centro específico de educación especial en la isla de Eivissa para chavales con la misma situación. Estos padres no entendían cómo en Mallorca había ocho de estos centros que cuentan con un médico, una enfermera y fisioterapeutas y logopedas para la educación y el desarrollo de sus niños. Unos servicios que, en mayor o menor medida, tienen la suerte de poder recibir en Apneef, una asociación que si nuestros políticos tuvieran las agallas para ponerse manos a la obra y arreglar los problemas que de verdad importan a los ciudadanos no tendría por qué existir.