Este domingo es el quinto domingo de Cuaresma. Un camino que estamos viviendo con las enseñanzas del Papa Francisco en nuestro camino de conversión. Quisiera dedicar mi reflexión de hoy al sacramento de la reconciliación, a la Penitencia, es decir, a la confesión.
Dios nos ama y quiere por ese amor que nuestra vida aquí en la tierra nos prepare para la vida eterna en el Paraíso, compartiendo con Él la existencia eternamente. Ahora bien, estamos en peligro de tolerar la tentación y cometer el pecado. Quedarnos con el pecado nos impide salvar definitivamente la vida. Por eso Jesús quiso que la Iglesia continúe su obra de salvación también hacia los propios miembros, en especial con el sacramento de la Reconciliación. Cuando un cristiano va a confesarse sana el alma y queda más unido a Dios. La confesión nos sana, cura mi alma, fortalece el corazón y deshace algo mal que hice.
Jesucristo resucitado quiere que todos vayan por el buen camino. Los Evangelios nos cuentan como la misma tarde de la Pascua Jesús se aparece a los discípulos, encerrados en el cenáculo, y, tras dirigirles el saludo «Paz a vosotros», sopló sobre ellos y dijo: «Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados» (Jn 20, 21-23). Desde entonces en la Confesión pedimos el perdón a Jesús y Él nos lo da a través del medio que instituyó. Al recibir ese perdón de Jesús por medio de la Iglesia nos quedamos en paz, con esa paz sólo Jesús puede dar.
En un discurso sobre la confesión el Papa Francisco nos decía: "No tener miedo de la Confesión. Uno, cuando está en la fila para confesarse, siente todas estas cosas, incluso la vergüenza, pero después, cuando termina la Confesión sale libre, grande, hermoso, perdonado, blanco, feliz… Cada uno haga cuentas, pero cada uno se pregunte: ¿cuándo fue la última vez que me confesé? Y si pasó mucho tiempo, no perder un día más…Celebrar el sacramento de la Reconciliación significa ser envueltos en un abrazo caluroso: es el abrazo de la infinita misericordia del Padre".
Si nos confesamos tras haber cometido el pecado, Dios nos perdona. Ha ganado Él por el amor que nos tiene y hemos ganado nosotros por el amor que sentimos hacia Él y nos ha llevado ese amor a la confesión. Si nos quedamos en el pecado, nosotros perdemos y hay uno que gana: el demonio. Este ser es muy astuto y muy hábil en este sentido: prefiere que seamos como él a que seamos como Dios, hace todo lo posible para que nos sintamos bien inmersos en el pecado y que no hagamos caso de sus consecuencias.
Sin embargo, aunque Satanás busque su victoria y nuestro mal, Jesús nos sigue animando y siempre está dispuesto a perdonarnos a través de las manos consagradas de un sacerdote. Tras la confesión tenemos que poner en práctica el propósito de la enmienda: ver de organizar nuestra vida sin volver a caer, a cargarnos de ese peso que nos hunde a nosotros y puede hundir a los demás.
El Papa Francisco ha convocado en su Mensaje para esta Cuaresma una vez más la iniciativa 24 horas para el Señor, que desea que se celebre en toda la Iglesia. Acogiendo esta llamada el Papa, en nuestra diócesis la haremos en la Parroquia de Santa Cruz en Vila y en la Parroquia de San Francisco Javier, de Formentera. Desde el viernes a las 17 horas ininterrumpidamente hasta el sábado a la misma hora, en esas parroquias estaremos con el Santísimo Sacramento expuesto, guiando la oración y habiendo sacerdotes para confesarnos, para que desaparezcan nuestros pecados del pasado y limpios y renovados, convertidos y encauzados, vayamos adelante hacia la Pascua del Señor, prólogo de nuestra Pascua. Participemos, pues, en la 24 horas para el Señor, de modo que nuestro corazón sea misericordioso porque ha experimentado la misericordia divina, un corazón firme, cerrado al tentador, pero abierto a Dios; un corazón que se deje ayudar por el Espíritu y guiar por los caminos del amo