Durante la Semana Santa la Iglesia celebra los misterios de la salvación actuados por Cristo. La participación del pueblo en los actos de la Semana Santa es muy intensa. Todos los años en el sacratísimo triduo del Crucificado, del Sepultado y del Resucitado, o Tríduo Pascual, que se celebra después de la Misa vespertina del Jueves Santo en la Cena del Señor hasta las Vísperas del Domingo de Resurrección, la Iglesia conmemora los grandes misterios de la redención humana. Hoy, Domingo de Ramos de la Pasión del Señor ( Mc.14,1-15,47), pórtico de la Semana Santa, para la procesión se leen los textos que se refieren a la solemne entrada del Señor en Jerusalén, en la Misa se lee el relato de la Pasión del Señor, según San Marcos.
El Jueves Santo celebramos la Misa Crismal, en la que participan todos los sacerdotes presididos por el Obispo, en la que conmemoramos la institución del Sacerdocio ministerial. Por la tarde, en la Cena del Señor, la institución de la Santísima Eucaristía.
Se nos recuerda el Mandamiento Nuevo del Señor: " Amaos unos a otros", y se nos invita a la servicialidad hacia nuestros semejantes movidos por el ejemplo de Jesús al lavar los pies a los apóstoles.
El Viernes Santo la Iglesia medita sobre la Pasión de su Señor y adora la Cruz. La acción litúrgica del Viernes Santo transcurre en silencio y en contemplación. La cruz es signo del triunfo de la donación y del amor supremo de Jesús. El fue traspasado por nuestras iniquidades y molido por nuestros pecados. En el cuerpo llagado y ensangrentado de Cristo hemos de ver la malicia de nuestros pecados. Jesús estando en la Cruz, eleva sus manos al Padre como oración y ofrenda de la tarde. Ora por la humanidad pecadora y ofrece su vida para su salvación.
Quiero terminar copiando el soneto a Jesús Crucificado:
«No me mueve mi Dios para quererte, el cielo que me tienes prometido; ni me mueve el infierno tan temido para dejar por eso de ofenderte.
Tú me mueves, Señor, muéveme el verte, clavado en una Cruz y escarnecido; muéveme el ver tu Cuerpo tan herido, muéveme tus ofrendas y tu muerte.
Muéveme, en fin tu amor, y, en tal manera, que aunque no hubiera cielo yo te amara y aunque no hubiera infierno te temiera.
No me tienes que dar porque te quiera; pues aunque lo que espero no esperara lo mismo que te quiero, te quisiera"