Decía el genial poeta Antonio Machado que «la muerte es algo que no debemos temer porque, mientras somos, la muerte no es y cuando la muerte es, nosotros no somos». Vivimos en una sociedad en la que no nos han enseñado a asumir las despedidas. Queremos trabajos para toda la vida, amores que peinen canas y que la inmortalidad nos roce cubriendo con un manto a los que más queremos. Fallecen ancianos y decimos que todavía eran jóvenes, mientras asistimos perplejos al adiós de jóvenes que pierden la vida saltando de un balcón a otro o haciendo piruetas sobre el asfalto. No entendemos nada y queremos entenderlo todo. En la isla en la que todos querrían ser felices, habitan algunos que se impiden a sí mismo serlo.
Nuestras abuelas o bisabuelas perdían hijos con la misma facilidad que los tenían y convivían con sus penas y con sus alegrías haciendo de su caminar un sendero agridulce en el que no había tiempo para la queja.
Los periodistas preparamos obituarios de famosos que ya han pasado los 70, o padecen alguna enfermedad conocida u oculta, con el fin de que tener lista su esquela y hacer una completa disertación sobre su vuelo con tiempo y paz. Personalmente me parece un trabajo muy desagradable y de mal karma matar en vida con tinta negra a quienes ni siquiera conocemos, pero ya saben que los plumillas no podemos quejarnos de nada, que bastante es que tengamos trabajo y nos permitan respirar. No somos sino trovadores con la lira mal afinada y la garganta sucia.
El luto nos ronda, nos autoflagelamos y tendemos a no permitirnos sonreír si el cuervo negro de la guadaña visita nuestro hogar con o sin previo aviso. La vida no es un valle de lágrimas, sino un campo de sonrisas, y los que se van, al menos los buenos, porque «siempre se van los mejores», nos darían una colleja de esas que pican si nos viesen enroscados en la autocompasión. Al que pierde a un ser amado se le impone la condena de ser feliz por los dos, y es importante que desde niños aprendamos que la vida a veces nos da "noes", portazos, bofetadas, e incluso, es capaz de arrebatarnos cruelmente lo que creemos nuestro, porque en el fondo siempre fue suyo. Estamos aquí de prestado y solo podemos dar las gracias y cuidar lo mejor posible la casa que habitamos. Solamente así evitaremos vivir en una sociedad de príncipes destronados, almas en pena, negativos por sistema y parásitos sociales.
Si pierdes el trabajo, el amor, una amistad o un sueño, concéntrate en buscar otros mejores y más duraderos. Si la muerte verdadera te llega no te preocupes porque ya no tendrás ninguna causa para hacerlo, y si atenaza a otros, no tengas miedo princesa, no hay nada peor que el temor a lo desconocido, al final a todo nos acostumbramos, hasta a caminar sin suelo.
Llega un momento de la vida en el que debemos plantarnos y apartar a todos esos moscardones que se empeñan en ponerle mala cara al buen tiempo. Nunca se es demasiado joven para ser sabio ni demasiado mayor para ilusionarse como un niño. Sacude tu alma, esto es Ibiza.