El deporte nacional no es el fútbol. Por mucho que le atribuyan este apelativo a eso de dar patadas a una pelota, lo que de verdad nos gusta hacer cada día es criticar.
Ponemos de vuelta y media a la vecina del cuarto, a nuestros compañeros de trabajo, a la camarera que nos sirve cada día el café, a los de la fila de delante en el aeropuerto e incluso a nuestros familiares en cada boda de turno. No es maldad sino costumbre y una manera de que las conversaciones entre conocidos tengan más temas que el tiempo. Desde que las aplicaciones móviles y plataformas digitales nos permiten, además, dar rienda suelta a nuestras apreciaciones sobre restaurantes, hoteles y todo tipo de servicios, nuestra lengua se ha vuelto kilométrica y nuestro afán por que el mundo entero sepa que en una cafetería osaron servirnos un poleo en vez de un té no tiene límite.
En mi caso, acostumbro a hablar en estos foros siempre y solo bien. Cuando un establecimiento me ha emocionado por algo creo que es digno de difusión y en caso contrario considero que todo caerá por su propio peso.
En las Pitiüses, donde el turismo es nuestro pan de cada día, este tipo de ‘comentarios' son la pesadilla de muchos empresarios que revisan, como si de los tipos de interés en Bolsa se tratase, lo que unos y otros relatan sin pudor. «Una comida horrible, ni mi perro la probaría», «tardaron una hora en atenderme y ni siquiera se disculparon», «caro, horrible y sucio»… y un sinfín de descalificativos en todos los idiomas que pueden hacer que un viernes parezca lunes en las Islas en las que durante la temporada cada jornada amanece igual, supera las 12 horas y en la que muchos profesionales hacen un inmenso esfuerzo por dar lo mejor de sí mismos.
Hay casos en los que, haciendo gala de la picaresca que nos caracteriza, la competencia falsea, para más ende, esos post y pone verdes a quienes más teme, con menor o mayor pericia e, incluso, quienes piden a sus amigos que les ayuden en esas campañas de descrédito para lograr medallas en forma de pegatinas con ojos de búho. No obstante, yo me pregunto: cuando un distintivo lo tienen todos deja de distinguirnos, ¿no creen?
Pero ¿y si creásemos una aplicación que hiciese lo contrario? ¿Cuántas veces no han pedido por favor a la persona de recepción las cosas, han obviado saludar al cocinero o darle más gracias o han hablado por el teléfono mientras pagaban, como si la persona que tenían enfrente no mereciese su atención?
¿Qué ocurriría si ellos, los maîtres que están pendientes de que nuestra copa esté siempre llena, nos sacasen una foto para hacer pública nuestra falta de decoro al beber o lo alto que hablamos molestando al resto de comensales? ¿Se imaginan que los funcionarios, a los que tildamos de vagos en redes sociales y a quienes recordamos cada día que trabajan para nosotros, relatasen las hazañas de las personas que les han ofendido o molestado?
Tenemos una tendencia supina y muy peligrosa a reclamar nuestros derechos, alzar la voz y la mano para elevarnos del resto que, en el caso de este tipo de plataformas, puede hacer mucho más daño que una simple crítica de barra de bar. Cada pequeño empresario, cada autónomo que hace malabarismos para pagar nóminas, rentas e IVAs cada mes, merece de vez en cuando una palmadita en la espalda para poder a su vez dársela a su equipo y las puñaladas son lo menos enriquecedor que hay para mejorar un país y a todos los que lo componemos.
Antes de criticar alegremente a quien dedica su tiempo a servirnos con profesionalidad y dedicación a 35 grados a la sombra, mientras nos tomamos un cóctel o un buen arroz en nuestro merecido día libre, respiremos, fijemos nuestra vista en las personas y recordemos que todos tenemos malos días, pero que no por eso merecemos que nos califiquen como malos.