La limpieza es uno de los rasgos que nos caracterizan como seres civilizados. Sin llegar a manías que rocen lo excéntrico, quien más y quien menos aspira a mantener siempre en óptimos los niveles de higiene y pulcritud tanto de su hogar como de su lugar de trabajo. ¿Por qué no sucede esto en la sociedad? ¿Por qué Eivissa se ha convertido en un reducto hediondo en el que ni sus residentes ni sus propios gobernantes cumplen con esos mínimos establecidos?
Todos tenemos nuestra cuota de responsabilidad en que la capital de esa isla idolatrada por su belleza y pomposidad yazca mugrienta y destartalada. Coincidiendo en que Eivissa está sobreexplotada en verano, lo que dificulta su mantenimiento, pero considero injustificable que ofrezca el pésimo estado de revista que presenta a día de hoy. Una imagen realmente deteriorada que empeora con los años dado el obsoleto servicio municipal de limpieza y recogida de residuos que persiste pétreo al paso del tiempo.
A pesar de que hace cinco años que expiró su plazo de explotación, los caprichos y el tiempo efímero con que han contado cada uno de los equipos de gobierno surgidos desde entonces en la ciudad –el de final de legislatura con la socialista Lurdes Costa y los tres con las populares Sánchez-Jáuregui, Pilar Marí y Virginia Marí– han frenado la salida a concurso de la nueva contrata. Y su actualización es innegociable.
Ahora, el socialista Rafel Ruiz tiene la obligación, tras el último conflicto laboral entre empresa (Ferrovial-Cespa) y trabajadores, de desbloquear la situación y consensuar un pliego de condiciones que garantice la higienización de la ciudad. Ampliar la plantilla, renovar instrumental y materiales, otorgar capacidad de sanción y promover campañas de sensibilización son solo algunos de los requisitos indispensables para que la limpieza deje de ser en Vila un juego de trileros.