Hemos llegado a un punto de no retorno. Houston tenemos un problema y grave. Una mañana de la pasada semana en la que el sol brillaba y el frío se asomaba por la puerta decidimos ir a tomar un cafelito al sol en familia. Quisimos darle una oportunidad a un local de ese pueblo que actualmente posee un acceso casi imposible gracias a sus interminables obras (lo son para los que allí viven) y que se encuentra prácticamente al lado de Vila. Al llegar pedimos dos cafés con leche y una tostada con tomate y queso. A éste último y simple manjar mi hijo lo llama «pizza», ya entenderán el porqué de la aclaración. A la camarera no se la veía segura ante semejante comanda. Pasó el tiempo y llegaron los cafés. Pasó mucho más tiempo y la amable joven se acerca a la mesa, la única ocupada, con dos platos en la mano. Hasta aquí todo podía ser normal. Dejo de serlo cuando constatamos un tanto sorprendidos que un plato tenía tostadas parecidas a las que se compran en el supermercado con casi una ensalada de tomate arriba, y el otro pequeñas porciones triangulares de diferentes quesos y en el centro unas nueces con unas hojitas verdes.
Pues bien, dicho esto, varias reflexiones surgieron en torno a los cafés, las tostadas, y claro, los quesos. ¿Por qué todos quieren tener la gallina de los huevos de oro? No hace falta complicarlo todo, menos, las tostadas. Nuestra isla ha sido invadida, especialmente en los últimos años, por lo que he denominado la ola fashion-sunset-luxury-white-cool-exclusive y ya casi no queda rincón que se salve del tsunami al que todos quieren subirse para sacar provecho de algo y no quedarse fuera. ¿Qué pasará con nosotros? Los ciudadanos de a pie que disfrutamos de las cosas sencillas de la vida. ¿Nos esconderán para que los que creen que todos vamos vestidos de blanco por la isla no nos vean? Mientras tanto, él nos preguntaba dónde estaba la pizza.