Que Eivissa es una ciudad poco preparada para la lluvia es un tópico demasiado comentado en el que no voy a redundar, pero tristemente cierto. Miramos al cielo esperando ver aparecer millones de gotitas que rieguen nuestros campos y nos libren de la problemática sequía, pero cuando el agua hace acto de presencia la isla se viene abajo. Literalmente se colapsa, las alcantarillas rebosan y los charcos abundan por doquier.
Ese es precisamente el día en el que te das cuenta de que te compensa más coger un paraguas e ir caminando en lugar de echar mano de la bici con la que te empaparás seguro. ¿Seguro? Pues ya no estoy tan convencida de esta afirmación. Porque al menos con la bicicleta atraviesas la ciudad veloz, andando te limitas a una acera que siempre va en paralelo –como no puede ser de otra manera– a una carretera donde se crean charcos como piscinas.
Sí, sí, no exagero. A todos nos ha pasado ir caminando y que justo en ese momento, y en el lugar donde no tienes escapatoria, aparezca un coche haciendo rally –que no nos engañemos, es el mejor día para hacerlo justo cuando el asfalto está mojado y las ruedas resbalan– y nos empapa por completo. Da igual que haya dos carriles libres y que tú, pobre peatón, le mires implorando clemencia para que se apiade de ti. El conductor o conductora, que aquí no se salva nadie, te ve pero también te ignora.
En el mejor de los casos apenas te salpica, en el peor más te vale llevar una muda para cambiarte después, porque además, suele ocurrir siempre que no te diriges a casa. A mí esta situación me indigna y llena de impotencia, y sólo espero que leyendo este artículo a alguno se le ablande el corazón y recuerde que en algún momento ha sido, es o será también peatón.