Ayer celebramos la fiesta de San José y hoy es el Domingo de Ramos, día en el que comienza la Semana Santa con la celebración de la Entrada de Jesús en Jerusalén, exactamente una semana antes de su resurrección. Algunos 450-500 años antes, el profeta Zacarías había profetizado: «Alégrate mucho, hija de Sión; da voces de júbilo, hija de Jerusalén; he aquí tu rey vendrá a ti, justo y salvador, humilde, y cabalgando sobre un asno, sobre un pollino hijo de asna.» (Zacarías 9:9). El Evangelio de San Mateo registra el cumplimiento de esta profecía: “y trajeron el asna y el pollino, y pusieron sobre ellos sus mantos; y él se sentó encima. Y la multitud, que era muy numerosa, tendía sus mantos en el camino; y otros cortaban ramas de los árboles, y las tendían en el camino. Y la gente que iba delante y la que iba detrás aclamaba, diciendo: ¡Hosanna al Hijo de David! ¡Bendito el que viene en el nombre del Señor! ¡Hosanna en las alturas!” Este evento tuvo lugar el domingo antes de la crucifixión de Jesús. Es conocido como el Domingo de Ramos, debido a las ramas de palma que fueron puestas en el camino cuando Jesús entró en Jerusalén, montado sobre el asno.
En recuerdo de este evento, celebramos el Domingo de Ramos. Con el llamado Domingo de Ramos iniciamos la Semana Santa, la gran semana cristiana en la que los cristianos celebramos la entrega de Cristo, para vida nuestra. Son unos días en los que la memoria histórica es celebrada de una manera “especial”. Es tiempo de reflexión, de vivenciar las grandes etapas en las que Dios se ha manifestado como liberador de la humanidad, en aquellos hechos simbólicos de la liberación de la esclavitud y de la raíz de toda esclavitud que es el pecado, Dios en Cristo a reconciliado consigo a toda la humanidad, Dios a dicho un sí definitiva a la vida del hombre, ahora está en manos de los hombres aceptar desde la fe, esta vida divina ofrecida por Dios en Cristo Jesús.
En nuestra diócesis en todas las parroquias celebramos esta procesión y es una manifestación de nuestra fe y una ayuda para que podamos vivir bien la Semana Santa. En lo que respecta a la Catedral la iniciaremos a las 10 de la mañana, partiendo de la iglesia de Santo Domingo y llegando a la Catedral.
Es importante participar, pues en esa procesión pues con ella nos unimos a la multitud de los discípulos que, con gran alegría, acompañan al Señor en su entrada en Jerusalén. Como ellos, alabamos al Señor aclamándolo por todos los prodigios que hemos visto. Sí, también nosotros hemos visto y vemos todavía ahora los prodigios de Cristo: cómo lleva a hombres y mujeres a ponerse totalmente al servicio de los que sufren; cómo da a hombres y mujeres la valentía para oponerse a la violencia y a la mentira, para difundir en el mundo la verdad; cómo induce a hombres y mujeres a hacer el bien a los demás, a suscitar la reconciliación donde había odio, a crear la paz donde reinaba la enemistad. La procesión de Ramos es también una procesión de Cristo Rey. Reconocerlo como rey significa aceptarlo como aquel que nos indica el camino, aquel del que nos fiamos y al que seguimos. Significa aceptar día a día su palabra como criterio válido para nuestra vida. Significa ver en él la autoridad a la que nos sometemos. Nos sometemos a él, porque su autoridad es la autoridad de la verdad.
Que la vivencia, pues, de este Domingo de Ramos nos ayude a seguir los pasos con Jesús en su Última Cena, donde se nos queda bajo la forma de la Eucaristía, acompañarle en la oración en la noche del Jueves Santo en el Huerto de los Olivos, en el juicio ante Herodes Pilatos, hasta estar con él, como la Virgen María al píe de la Cruz, de modo que podamos vivir después su resurrección, camino de nuestra resurrección, de nuestra vida eterna.