El colegio de mis hijos organizó la semana pasada un almuerzo solidario en pro de los refugiados. Previamente, algunos cursos habían trabajado el tema en clase y se había estado recogiendo material de ayuda. La participación de los niños y de las familias desbordó todas las previsiones. Luego, mis hijos, en casa, quisieron organizar un mercadillos solidario, y nos sablearon a padres y abuelos treinta y pico euros más «para los niños refugiados».
Qué bonito, ¿verdad?... Lástima que el mundo de los niños y el mundo de los adultos vayan por caminos tan distintos. En la sociedad de los adultos hay gente comprensiva, ciertamente, pero hay mucha otra gente que interpreta la diferencia de raza o de religión como una amenaza. Para ellos, los refugiados no son personas que huyen de una guerra: son algo temible que hay que dejar en la puerta. Confundir el islamismo radical con los refugiados es un error: quizá alguno de los refugiados sea un elemento peligroso, pero la inmensa mayoria son padres, hijos, gente... Cuando alguien se convierte en carne para bombardear, como sucede en Siria, intentará huir. Es lo lógico. Usted también lo haría. Los estados entienden de leyes, de dictámenes, de condenas y de decretos. El Estado (cualquier estado) se fabrica con fronteras, y con ciudadanos que otras veces són súbditos, y que otras veces son esclavos, y que otras veces solo son montones de carne para bombardear.
Los recientes actos terroristas son un ataque directo a Europa, un golpe muy duro; benefician, en primer lugar, a los propios terroristas, que abonan un miedo que estaba ya en cotas muy altas. Y temo que vayan a constituir una condena para los refugiados de la guerra en Siria, una guerra que los propios terroristas se esfuerzan en sostener. ¿Cómo reaccionarán los gobiernos? El miedo, inevitable en estos momentos, no es nunca el mejor guía.