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OPINIÓN | Enrique Moreno Torres

El culebrón

| Eivissa |

Andaba paseando tranquilamente por un caminito rural muy bello, cuando escuché una especie de Pst! Pst! Me asaltaron dudas sobre el sonido en cuestión, debido a que sonaba a escape de gas, y ello resultaba imposible salvo que el payés y propietario de la finca, hubiera practicado técnicas de fracking, que ya saben que consiste en inyectar agua a presión por las rendijas de la tierra para hacer salir a la superficie, gas, petróleo, o la misma mierda del vertedero de nuestra islita, que tras años vertiendo porquería sobre la tierra, ha creado sus propios detritus, lixiviados y porquerías propias. Sin embargo, tras un breve pensamiento, y haciéndome la pregunta, que de que forma, el buen hombre, iba a utilizar ese bien tan preciado, echando agua a presión, si no tiene ni para regar las tomateras que plantó, con la sequía que hay; llegue a la conclusión de que, o bien alguien desde el olivo estaba intentando ligar conmigo- cosa que veo imposible, porque como siempre me dijo mi madre: "soy del montón"- o que alguien se estaba haciendo el interesante y tomándome el pelo. Pues así anduve, que me acerqué un poquito, y mira tú por donde que ni moza silbando, ni escape de gas, ni nada por el estilo. Allí estaba la culebra Carolina – yo la he puesto este nombre porque de tanto vernos, ya la he tomado cariño- enroscada toda ella, mirando con esos ojitos penetrantes, tan bien perfilados y profundos. Observándome, no sé si con ojos de cariño, o de hambre, aunque he de reconocer que de esto último no creo que tanto, pues juraría que le colgaba un rabo de lagartija de sus labios, igual como nos colgaría de los nuestros, los humanos, el rabillo de unas deliciosas cerezas recién arrancadas del árbol; aunque siéndoles sincero, tampoco tenía muchas ganas de ponerme a descubrirlo, pues estaría feo que le hubiera intentado meter los dedos en su boca, y no por sus afilados y venenosos dientes, sino por educación, pues no es de bien nacidos hurgar en los morros de desconocidos, así como en la vida de los demás, a pesar de lo que diga y haga la prensa amarilla, con la única especie que no está en extinción y que como saben es el ser humano, y que realmente sí que es peligroso, no por lo que silba, que también, sino por lo que dice, que generalmente no suele acabar en nada bueno, salvo el criticar y herir constantemente, sin necesidad de reptar; aunque sí haciéndolo de forma rastrera. Y si no me creen ya verán, ya, ahora que vuelve la campaña electoral. ¿No escuchan los silbidos sibilinos de las serpientes de dos piernas? Yo personalmente me quedo en la campiña con Carolina, que aunque no habla mucho, al menos, la encuentro menos peligrosa, que por poner un ejemplo, alguna que otra víbora de esas que suele habitar los espacios urbanos, y que picar, picar, no pica, pero que tiene una lengua viperina que quita tú, lo larga que lo tiene mi amiga, la serpiente Carolina.

Ahora vendrán los detractores de estos bichitos a decirnos que son malos, porque son invasores. Y yo me pregunto, que cual es la diferencia entre estos, que ahora acaban de llegar, - por cierto, de la mano y consentimiento de aquellos políticos que ahora quieren poner remedios inútiles, y que dejaron colar de extranjis, olivos de adorno que no sirven para nada- y los que ya llegaron hace tiempo para quedarse, agotando los recursos, sobre explotando el territorio, consumiendo sin moderación lo mejor de nuestras islas, y atascando con su basura y con sus mondongos, los vertederos y las depuradoras de las mismas. ¡Pues nada! Que ahora resulta que con cuatro trampas se va a solucionar el problema. Que por cierto, están tan bien hechas que parecen casitas de verdad. A ver si ahora resultará que van a tener que pasar por la Comisión de Urbanismo y los ayuntamientos para su legalización; que si es así, van listas, y hay serpientes para rato, porque el proyecto, además de tardar Dios y su madre, no se lo va a aprobar ni su padre, puesto que le van a poner pegas de todo tipo; sobre todo por no cumplir la normativa de habitabilidad o cualquier otra chorrada que algún listo de la muerte le ponga como excusa en la Ciotupa, que ese organismo que existe en el Consell Insular y que sirve, aparte de, para encubrir moratorias y bloquear proyectos, joder a cualquier ibicenco autóctono de buena fe que quiere hacer algo de forma legal, mientras los que van por libre, hacen lo que les sale de los cataplines y para colmo se llevan la pasta fuera de casa, mientras se cagan dentro de ella y somos los de siempre los que se la recogemos con nuestros impuestos, que por cierto, no paran de subir, mientras ellos se escaquean. Ya saben que los ibicencos somos especialistas en jodernos a nosotros mismos, en vez de ayudarnos. Y si no me creen, pregunten les a los que han perdido sus concesiones de hamacas, dejando a familias enteras tras años en la puta miseria, y sin recursos, favoreciendo intereses al mejor postor. Un asco. Así que, viendo lo visto, me temo que la pobre Carolina y sus amigas ofidias, no tengan más remedio que seguir viviendo como ahora lo hacen, de ocupas en los olivos, o peor aún, como estos pobres desgraciados que vienen a trabajar a nuestra casa – léase nuestras islas-, para hacernos vivir mejor, y tienen que dormir dentro de su coche, o en la puñetera calle, porque no hay Cristo que encuentre un cubículo digno que alquilar a precio decente. ¡Ni la misma policía, encuentra, oigan! ¿No creen que ha llegado el momento de hacer nos lo mirar? La culpa no es pues de la culebra Carolina, que llegó en circunstancias ajenas en su propia casa, el olivo. Es del culebrón. Del autóctono. El nuestro propio. Ese sí que tiene peligro.

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