La pasada semana hemos recibido familiares en casa. Como no es la primera vez que vienen a visitarnos ya no es necesario hacer el clásico recorrido turístico al que todos los locales sometemos a nuestros huéspedes para que puedan comprender porque un día nos enamoramos de una isla que nos atrapó hasta ahora. Una mañana bajamos a Vila y tras la odisea de aparcar entramos en una tienda en la cual la dependienta de una de las franquicias de ropa nos gruñó que un montículo de ropa sin doblar (uno de tantos) no se podía tocar. Primera bronca.
A los pocos minutos la dependienta que me cobró en otra franquicia de indumentaria estaba al borde de un ataque de nervios mientras que despotricaba ante todo el que quisiera oírla contra sus superiores peninsulares y el servicio de limpieza de la tienda en cuestión. Además de comentarme lo harta que ya estaba de los turistas, y junio apenas empezaba. Segundo momento bronca. «No te queda nada», pensé.
Para relajarnos fuimos a tomar un café a uno de estos bares que despliegan sus mesas dentro de Vara de Rey. La camarera no tardó en echarnos la bronca cuando no juntamos las mesas de la manera que a ella le gustaba, más cuando el servicio y la disposición de las mesas era un verdadero caos. Tercera bronca.
Y de vuelta a casa no pude dejar de sentirme con algo de vergüenza ajena, pena y «bronca». Así tratamos a los turistas que nos dan de comer, nosotros no lo éramos pero sinceramente dudo que el trato cambie hacia ellos. ¿Estos son los trabajadores que nos perdemos porque no consiguen sitio donde alojarse o son con los que nos quedamos por ese mismo problema? Está claro que si esta temporada no morimos de éxito no faltará mucho.