El Evangelio nos habla de aquel hombre interesado únicamente por sus propios problemas, que acude a Jesús para que resuelva su caso. El Señor le responde: ¿ quién me ha constituido juez o repartidor entre vosotros?. Entonces Jesús expone la parábola del rico insensato.
Un hombre tuvo una gran cosecha, y pensó, ¿que haré, pues no tengo sitio para almacenar toda la cosecha? . Ya sé lo que haré. Destruiré mis graneros y construiré otros mayores, y allí guardaré mi trigo, y mis bienes». Pero Dios le dijo: «necio, esta misma noche te reclamarán el alma; todo lo que has acumulado, ¿ para quién será?.» La necedad del hombre de la parábola consiste en que ha considerado la posesión de bienes materiales como único fin de su existencia y la garantía de su seguridad. Claro que es legítima la aspiración del hombre a poseer lo necesario para su vida y desarrollo. Pero el tener más, lo mismo para los pueblos que para las personas, no es el fin último. La búsqueda exclusiva de poseer se convierte en un obstáculo para el crecimiento del ser, y se opone a la verdadera grandeza. La avaricia tanto para las naciones como para las personas es la forma más evidente de un subdesarrollo moral. Debemos luchar, claro está para desterrar la pobreza, la miseria de los pueblos y de los individuos. La mayor injusticia, el compendio de todas las injusticias del mundo es que haya personas que mueran de hambre. Los ricos son cada vez más ricos, y los pobres, cada vez más pobres. Unos lo tienen todo, otros no tienen nada. Nosotros, ¿ qué podemos hacer?. Podemos colaborar con las instituciones que trabajan a favor de los más necesitados, cómo, «Manos Unidas, Cáritas, Cruz Roja, etc»