Abel Matutes dice que en su casa, ellas mandan. «Yo soy el último mono», afirma el poderoso empresario. Aunque siguiendo las tesis capitalistas de la evolución darwinista, personalmente lo asocio antes con un astuto zorro.
Pero ¿dónde no mandan ellas? Nos hacen creer a los vanidosos zánganos que somos la sal de la tierra, pero luego hacen y deshacen a su antojo. (Aunque lo de zángano no va por Abel, quien gusta recordar otra metáfora animalesca: boquerón que se duerme, se lo lleva la corriente).
Pese a los masculinos mitos seductores, resulta casi imposible engañarlas. Nos acunaron en sus brazos cuando no sabíamos hablar y por tanto saben leer en nuestros ojos con toda claridad. El que a veces accedan a nuestros deseos y caprichos solo se entiende desde una amantísima generosidad. Y además tienen el sexto sentido mucho más desarrollado. El misterioso instinto femenino acostumbra a ser infalible y más útil que cualquier razonamiento. Por eso se asocia tanto a la magia y causa temor-odio a los fanáticos.
Como sabían Heráclito y los taoístas, el mundo es ondulante, voluble y discordante porque es de naturaleza femenina. La inmovilidad suele ser una paja mental patriarcal promovida por Parménides y algunos pastores del desierto semita.
Ibiza y Formentera siempre han sido un matriarcado. Las murallas de Vila fueron tomadas por Guillem de Montgrí gracias a una oportuna cana al aire y el consecuente ataque de cuernos.
Ya lo dijo Mark Twain: Para Adán, el paraíso está donde se encuentra Eva.