Nadia Blanco tiene 11 años y sufre una enfermedad degenerativa que no tiene cura. Esta frase escueta es la única verdad del «caso Nadia», en cuya difusión y seguimiento se ha desvanecido mucho más que 918.000 euros; se ha esfumado la confianza de miles de personas que se creyeron una historia de amor de un padre a una hija. En su delirio, Fernando Blanco, el otro protagonista de esta historia, tiñó de negro su dolor, afirmó padecer cáncer y no someterse a tratamiento alguno para centrarse en Nadia e, incluso, haber volado a Afganistán para encontrarse con una eminencia médica en una cueva, bajo el ataque de las bombas. En su locura inventó historias dignas de «El Santo», pero más propias de un demonio, que pasaron la criba periodística de cientos de medios de comunicación que le dieron pábulo por humanidad ante un comportamiento inhumano. Quien comete una estafa haciendo uso de menores, enfermos o personas en riesgo de exclusión social delinque dos veces.
Es cierto que un buen profesional de la pluma debe siempre contrastar la información antes de publicarla, y más cuando contiene pasajes tan extraños como estos, pero han sido muchos los comunicadores con décadas de experiencia a sus espaldas que han sucumbido ante la sonrisa de Nadia.
Lo que sí es cierto es que ahora nadie creerá a Nadia. La esperanza de esta niña ha sido fagocitada por sus padres que se han fundido ya sin pudor 600.000 euros en donaciones recaudadas desde 2008. Eso sí, ellos afirman que se lo han gastado en curanderos y obvian su alto tren de vida o los 34 relojes de alta gama que los Mossos d´Escuadra han encontrado en su casa y que a partir de ahora harán sus noches perpetuas.
Fernando Blanco vivió en Ibiza y desapareció de la isla como muchos otros caraduras de medio pelo. Dicen que era Dj y que dejó varios pufos sin pagar, entre ellos su propia casa que salió a subasta. Su huida le llevó a Seu d´Urgell desde donde ha urdido una trama destinada a hacer caja a costa de la enfermedad de su hija, fingiendo falsas operaciones de película en países de cine. Incluso se ha incautado una pistola a este hombre cuya mirada directa en fotografías o televisiones logró conmovernos a todos, para mover nuestra indignación acto seguido.
Sus cuentas bancarias se encuentran intervenidas para impedir que los 320.000 euros a los que puede que ustedes contribuyesen se destinen a otros fines que no sean los tratamientos médicos para una niña cuyo padre duerme hoy entre rejas y cuyo futuro es más devastador que antes. El coche de 24.500 euros y el alquiler del chalet familiar también han corrido a su costa, por cierto.
Tropelías como esta dificultan el día a día de las personas o asociaciones que realmente luchan para salvar vidas. Hacen que ahora les sea más difícil convencer a la opinión pública para apoyar sus causas o a las administraciones para que incrementen sus inversiones en investigación o nuevos tratamientos.
La enfermedad de Nadia, la única verdad de esta historia, se llama tricotiodistrofia, es muy poco frecuente y se manifiesta en un desarrollo físico y mental anómalo, envejecimiento prematuro y fotosensibilidad. La enfermedad de su padre, la codicia, la mentira y la malicia es más común y es contagiosa.