Muchos de nosotros hemos viajado por diferentes países alojándonos en pisos particulares que se alquilan a turistas. Se trata de una práctica muy extendida en capitales europeas y en grandes urbes como Nueva York. La economía colaborativa y el auge de plataformas como Airbnb lo han puesto en el disparadero, pero el alquiler vacacional es más viejo que la tana. ¿Quién no ha pasado una semana de vacaciones en la playa en un apartamento o alquilando el piso a algún conocido?
Generalmente cuando visitamos las ciudades más pintorescas del Viejo Continente lo hacemos desde un plano cultural y turístico. Lo hacemos en pareja, con la familia o con amigos, pero digamos que el ocio y la juerga no son el leitmotiv de nuestra escapada. Por desgracia, la inmensa mayoría de quienes visitan Ibiza lo hacen precisamente para poner en práctica todo aquello que esconden el resto del año. Ibiza es mucho más que fiesta, drogas y ruido, pero no podemos ponernos la venda en los ojos y hacer como si el problema de la convivencia entre residentes y turistas no existiera. Si en el piso de al lado tienes cada semana a cinco o seis jóvenes con ganas de marcha y una escasa conciencia cívica, la broma termina siendo demasiado pesada. Por no mencionar el fraude a Hacienda y la saturación que genera al rebasarse, sin límite, el techo de plazas turísticas.
Nadie está poniendo en tela de juicio el derecho de todo propietario a alquilar su domicilio, pero en un destino ligado al ocio como es Ibiza el arrendamiento por días o semanas a turistas es el caldo de cultivo de muchos otros problemas. Ha llegado un punto en que la falta de vivienda para residentes y trabajadores y la escalada abusiva de los precios hacen insostenible esta vieja práctica.