Los burrócratas quieren consultar a los votantes sobre el cambio de nombre de históricos paseos. ¿Por qué no extienden las consultas a temas más importantes? Las encuestas del CIS demuestran desde hace décadas que la sociedad juzga a sus dirigentes políticos como un gravísimo problema, especialista en maniobras de diversión para marear la perdiz y escurrir el bulto.
Ya en la pasada legislatura tuvimos en Ibiza una ilusionante trifulca entre el presidente del Consell y el alcalde de Santa Eulalia. Uno decía que el Consell no era necesario y el otro respondió que lo que sobraban eran los ayuntamientos. Naturalmente que el pueblo estaba de acuerdo con ambos, pero por desgracia un debate tan interesante se difuminó enseguida.
Con la mitad de población, España tiene el doble de funcionarios que Alemania. Eso también sería un buen motivo de consulta. Y los impuestos, la tan cacareada transparencia y cómo se derrocha «ese dinero público que no es de nadie» (la definición es de una memaministra de la cosa, algo sabría); y sobre la exigencia del barcelonés estándar para puestos de trabajo, la aniquilación institucional del ibicenco, hoy considerado como un bruto dialecto (ah, sa nostra terra), o las estúpidas barreras para estudiar español en las escuelas baleáricas.
La política va de puritana pero está de lo más emputecida. Ya no engañan a nadie, tampoco los recién llegados que han adquirido a velocidad estelar ese peculiar estilo de los mamones de la cosa. «Si eres buena niña… te consultaremos sobre lo que nosotros queramos».