Jesús, dice el Evangelio, dejando Nazaret se fue a vivir a Cafarnaún, ciudad marítima. Desde entonces Jesús comenzó a predicar y a decir: Haced penitencia, porque está al llegar el Reino de los Cielos. A este Reino, Jesús invita a todos sin excepción. Dios Padre llama a todos los hombres a la salvación. Este reino tiene en la tierra su Banquete, la Sagrada Eucaristía, al que todos estamos invitados. Ese banquete exige más condiciones: fe, humildad, caridad y recta intención. Un Sagrado Convite, en el que se recibe al mismo Jesucristo. El alma se llena de gracia. Se recuerda la Pasión de Nuestro Señor Jesucristo y se nos da la rica dádiva de la Vida Eterna. Hay tres aspectos a ponderar en la Sagrada Eucaristía, a saber: Sacramento- Presencia; Sacramento- Alimento, Sacramento- sacrificio. En la Sagrada Eucaristía el Señor Jesús, está realmente presente como en el Cielo. En la Eucaristía, Pan de Vida, recibimos el alimento para nuestra alma. Finalmente en la Eucaristía se renueva sacramentalmente el mismo Sacrificio de la Cruz.
En este tercer domingo del tiempo ordinario se nos habla de la elección de los cuatro primeros discípulos del Señor: Juan, Andrés, Pedro y Santiago. EL breve trato con Jesús debió de producirles una imperiosa atracción en sus almas. Jesús preparó la vocación de estos hombres, vocación que los movió a abandonar todas sus cosas para seguirle. Por encima de los defectos humanos- todos tenemos defectos-, resalta sin duda, la generosidad y prontitud con que los Apóstoles correspondieron a la llamada divina. El Señor los llama mientras se dedican a su oficio eran pescadores. Dios llama a las personas entre las ocupaciones ordinarias de su vida. Cada persona en esta vida tiene una misión que ha de cumplir con la ayuda de la gracia. Hemos de vivir en nuestro trabajo habitual dando gloria y alabanza a Dios, trabajando por nuestra propia santificación y salvación, sin olvidar el bienestar y el amor que debemos a nuestros semejantes.