Querer no siempre es poder. Gobernar, especialmente, es una actividad compleja porque gestionar no es fácil y además tienen la presión del oponente político y de la crítica, no siempre justa. Hace ya algunos años surgió Podemos, un partido que ilusionó a muchos ciudadanos e hizo creer que podían cambiar las cosas, que había otra forma de gobernar, más cerca de la gente, con criterio, lejos de los esquemas tradicionales de PP y PSOE. Eran una opción, sin duda, y decían cosas con mucho sentido común. Otras propuestas eran auténticas barbaridades. Para ellos la casta eran aquellos políticos que vivían del cargo y que después ocupaban un puesto en algún consejo de administración de una multinacional. Estos casos son mínimos, pero servía muy bien para el mensaje. Desde la oposición ya se sabe que se puede decir cualquier cosa. La opinión pública lo compra todo, sobre todo cuando generas ilusión y prometes cambiarlo todo de arriba abajo.
Pero a la hora de la verdad, al ocupar un despacho, tener que gestionar plantillas de funcionarios, presupuestos con unas normas, las cosas cambian. En los casi dos años que Podemos lleva en el poder, y vamos a centrarnos en Ibiza, no se ha visto nada especialmente diferente. Han seguido el guión de cualquier política. Y la política de izquierdas que ellos prometían queda muy lejos de contentar a la mayoría social. Apenas se nota. El mayor ejemplo es precisamente la política social. No sería exagerar decir que ahora mismo la gestión social puede desarrollarse en Ibiza, y también en otros lugares de España, gracias a entidades como Cáritas o Cruz Roja, que se encargan de dar un techo a los que viven en la calle. O un plato de comida a los que no tienen ni un euro para comprarse un trozo de pan. Y por no hablar de todas aquellas entidades que viven gracias a sorteos, cenas y demás actos de fin de semana para poder sobrevivir y ayudar a colectivos que, sin estas ayudas, estarían totalmente desamparados por la administración. Pues en los casi dos años que Podemos gestiona el área social no se ha visto ningún cambio radical. Se ha dedicado a llevar el día con mayor o menor fortuna, pero los pobres siguen siendo los mismos que antes de que ellos ocupasen un cargo público. Todo sigue igual y para más inri las entidades que de verdad ayudan a la gente necesitada cobran con mucho retraso. No hace falta recordar el episodio de la subvención a Cáritas, desvelada por este periódico.
Sobre transparencia también se puede hablar mucho. Porque no pueden poner como ejemplo de transparencia montar una docena de sillas en una plaza para explicar su gestión y pedir a familiares que hagan preguntas. Eso es una inutilidad, por no hablar del gasto económico. Con lo que se gastaron en esa chapuza se hubiese podido ayudar a mucha gente con problemas para llegar a final de mes, pero imagino que plantearlo así es hacer demagogia y no procede. O decir que estos actos son inútiles es algo de fachas.
En política medio ambiental hay poco que decir. Además de la lamentable actuación del conseller Vericad en la crisis de las cabras, irresponsable y prepotente, ahora salta el asunto del tratamiento de los residuos. Estaría bien que personajes como Vericad, que tanto predican cuando están fuera de las instituciones, aprovechen ahora su posición privilegiada para hacer una propuesta real, sobre todo real, para solucionar un problema que se le viene encima a esta isla. Los actuales vertederos tienen fecha de caducidad, pero nada se hace. Tampoco la gestión del PP la pasada legislatura (lo dijimos en su momento y escrito está) fue demasiado ambiciosa. Se dejó el problema en un cajón. Y ahí sigue por los siglos de los siglos. Para promover estos cambios hay que tener un mínimo de competencia pero, sobre todo, mucha valentía. Demasiado pedir, imagino.
En política de carreteras no hay mucho que hablar. Se hará la reforma de la carretera de Santa Eulària (afortunadamente y esperemos que salga mejor que la travesía de Jesús) y el transporte público, otra política que tenía que cambiar de arriba a abajo, sigue ahora igual que a principios de legislatura. Intenten ir de un sitio a otro de la isla en transporte público. Por cierto, algunas veces he coincidido con dirigentes de Podemos en aviones pero nunca en la cola del bus del aeropuerto, de la que soy habitual y entusiasta usuario. Qué cosas.
La política de movilidad tampoco consiste en hacerse una foto delante de una máquina para cargar coches eléctricos. Al parecer, el comisario político que puso Podemos para reacticar el transporte público se dedica a todo menos para lo que le pagan. No lo digo yo. Lo dijo Sánchez Tirado el otro día en Diario de Ibiza. Apenas se habla con la consellera de Transports, Pepa Marí, o quizás tampoco tengan mucho que contarse. Del Cetis mejor ni hablar. Ya ni se atreven a poner fecha a su reapertura. Lógico.
Pero evidentemente, y no voy ni siquiera a discutir, es cómo los podemitas controlan las redes sociales. Ahí son campeones mundiales. Un tuit más o menos ingenioso maquilla cualquier gestión mediocre. Lo que sí es preocupante, en cambio, es que cada dos por tres estén cuestionando su participación en el gobierno insular. Ni a Viviana de Sans, ni a Lidya Jurado, ni a Vericad, ni tampoco a Di Terlizzi, les obliga nadie seguir en el gobierno. Si están incómodos pueden marcharse a su casa, pero cuando se comprometieron en junio de 2015 a formar parte del gobierno creíamos que era para cuatro años y ahora el día 17 las asambleas van a debatir (qué peligro tiene eso, sobre todo en este partido) la continuidad de un pacto. Al final da la sensación de que lo que importa es dar una buena imagen ante los ciudadanos, la política de posturero que dice Sánchez Tirado, no yo, y desaprovechar la ocasión que aún tienen, porque quedan más de dos años, para intentar cambiar las cosas. Pero quizás se han dado cuenta de que las cosas no son tan fáciles de cambiar. Y también se habrán dado cuenta de que algunas personas que ocuparon sus cargos antes, del PP y del PSOE, no hicieron tan mal las cosas. E incluso que más de uno era muy competente, y extremadamente honrado. Querer no siempre es poder, pero el tiempo demuestra que los mensajes populistas tienen fecha de caducidad. Ahora veremos qué pasa el día 17, pero si deciden continuar con el pacto estoy convencido de que el acuerdo de gobernabilidad lo pondrán en cuestión en cualquier otro momento, dentro de seis, diez o doce meses. Porque les gusta más un buen debate que un compromiso duradero. Y así, sinceramente, poco se aporta para mejorar las cosas.