España es un país tan peculiar que tenemos autopistas sin coches, aeropuertos sin aviones y estaciones marítimas sin barcos. Somos así. Queremos que vengan turistas, pero que no traigan su coche. Les imponemos dónde queremos que se alojen, en qué régimen, cómo deben moverse en la isla, qué visitar y casi llegamos al punto de decirles qué comer. En Sant Antoni hay una estación marítima infrautilizada que mejor sería utilizar de sala de exposiciones. De cualquier cosa excepto para lo que fue diseñada y construida. Hace años tuvo cierto uso por parte de alguna naviera que en temporada alta unía diariamente la península con Ibiza, pero luego vino la crisis y eso se acabó. Ya nada es como antes, pero ahora los malos tiempos quedaron atrás y Transmediterranea ha pedido -y ha obtenido- permiso para operar una ruta entre Sant Antoni y Gandía. La alcaldesa de esta ciudad está encantada con la iniciativa. Pero hete aquí que para el alcalde de Sant Antoni, Josep Tur Cires, todo son inconvenientes porque ahora somos ricos, nos sobran los turistas y atamos los perros con longanizas. Sant Antoni no quiere que vayan barcos a la estación marítima. O mejor dicho, solo quiere que vayan pasajeros, turistas a palo seco, nada de coches ni tráfico rodado. Las molestias no la quiere nadie, ya se sabe. Tampoco en Formentera quieren que vaya el fast ferri de Baleària que enlaza la pitiusa menor con Denia, pero ahí que va cada verano. Debemos ser las únicas islas en el planeta que aborrecen las mejoras en la conectividad. Queremos electricidad, pero no líneas de alta tensión ni parques con placas solares. Queremos industria náutica, pero no que los barcos fondeen cerca de la costa. Queremos ir de un sitio a otro rápidamente con nuestro coche y sin atascos, pero no que se hagan carreteras nuevas ni que se mejoren las existentes.
OPINIÓN | Joan Miquel Perpinyà
Que no vengan
Eivissa |