«Queda inaugurada esta cosa, sea lo que sea». A los 95 años el duque de Edimburgo se declara incapaz de descubrir más placas. Los predicadores de la corrección política están de enhorabuena. Sus bromas irreverentes y ácidos comentarios ante la gilipollez dominante han llegado a formar una antología en un libro que es best seller en lengua inglesa.
«Si decidiera bajar esa cremallera, probablemente me arrestarían», confesó a una funcionaria de llamativo vestido. Ante sus abundantes flirteos, la reina de Inglaterra sentenció aquello tan civilizado: «A mi marido no le pido fidelidad. Le exijo lealtad». Y su lealtad le ha valido el respeto y afecto general tanto como su bragueta ha permanecido activa y silenciosa: «Cuando un hombre abre la puerta del coche a su mujer es porque tiene coche nuevo o mujer nueva». Cuando Obama le dijo que se había reunido con Brown, Cameron y Medvéded, el duque le soltó a bocajarro: «¿Es que puede distinguir a unos de otros?». Al mandamás nigeriano, ataviado con traje oficial, le soltó: «Parece usted listo para irse a la cama». A Jomo Kennyata, cuando arriaban el pabellón británico y declaraba la independencia: «¿Seguro que quieren hacer esto?».
Son muchas las anécdotas que revelan ese sense of humour que los modernos totalitaristas pretenden prohibir. «Ustedes tienen mosquitos, nosotros periodistas» dijo en República Dominicana. Sin embargo Edimburgo se retira de la vida pública con el mayoritario respeto de pueblo y tabloides, que siempre han preferido la buena pinta de un hombre espontáneo antes que un soso robot.