Nunca te arrepientas de no haber amado, de no haber reído y de no haber vivido. Nunca te arrepientas de no haber llorado, de no haber abrazado y de no haber dicho suficientes veces “te quiero” a las personas que te lo han inspirado. Nunca dejes de dar las gracias, de solicitar cada pequeña cosa por favor y de pedir perdón cuando te equivoques.
Ríete de tu inocencia, de tu confianza ciega y de tus errores, pero nunca sufras por lo que hubiese podido ocurrir de haber creído más en la felicidad, en las personas o en tus sueños.
Construye castillos tantas veces como sea necesario, aunque el viento, el aire o los vándalos los derriben cientos de veces, porque mientras se erijan fuertes y altos tendrás un lugar en el que guarecerte de tus miedos, de tus frustraciones y de las inclemencias del cielo y del infierno.
Nunca permitas que te llamen loco por ver gigantes donde otros ven molinos, por tratar a todo el mundo como si fuesen príncipes o princesas y por considerar manjares los frutos más humildes de la tierra, porque solo quien te juzga por vivir cada instante como si fuese el primero ha perdido la cordura y su propia esencia. No tengas vergüenza por derramar lágrimas de emoción, por pedir amor a espuertas o por cantar más allá de la ducha, porque solo quien tiene los ojos verdaderamente secos, el corazón vacío y la voz rota sabe lo que es no poder entonar canciones a la vida. Haz que tus sonrisas sean la música de tu banda sonora, lee más poesía, haz de tu alma una luz trovadora, ríndete con pleitesía al disfrute del arte de un amanecer o de un atardecer cada día, y no desistas si quienes te rodean no te secundan en tu nuevo estribillo… alguien lo hará y en tu mano estará cambiarle la vida.
Si sientes la ausencia dolorosa de alguien que ya no está en este mundo, con ese regusto metálico y plomizo que te llena la boca y el pecho de pena, recuerda solo los momentos hermosos, ríndele cada día como homenaje tu mejor cara y vive por dos, o por tres o por cuatro. Que nunca te arrepientas de no haber sido todo lo feliz que las personas que te querían hasta la muerte hubiesen anhelado. Porque querer de verdad no es autoflagelarse y colgarse cilicios en el futuro, sino convertirse en las personas que ellos veían en nosotros.
Nunca te arrepientas de no haber brindado frente a Es Vedrà por la magia de un sol que se despide con la ronquera de las olas lamiendo la arena, ni de haber bailado en un concierto de tu grupo preferido con los tuyos, o de haber acompañado a tu madre al viaje que nunca hizo y que debe recorrer de tu mano. Nunca te arrepientas de nada, ni de tus tropezones ni de la cautela en tus pasos, porque la vida son dos días y es una pena convertirla en uno solo. No permitas que los convencionalismos, los “qué dirán” ni los “yo no puedo” te frenen en el trayecto que estás recorriendo y ríete de su sombra ante los saltos que des al vacío. Al final no hay suelo tan duro como para que no podamos levantarnos, ni días tan tristes como para no sacarles algo positivo.
En esta isla en la que los meses se nos escurren entre los dedos en el transitar frenético de abril y mayo, cuando todo despierta de golpe, todo salta, y nos faltan horas en los días, no permitas que la corriente te arrastre hasta un lugar en el que no recuerdes ni tu nombre. Nunca te arrepientas de no haber sido lo suficientemente valiente como para haberte respetado y haberte escuchado. En esencia, amigo, nunca te arrepientas de lo que no has llegado a ser, a vivir, o a sentir. Feliz vida.