El Señor promete a los Apóstoles que les enviará el Espíritu Santo. Si me amáis, guardaréis mis mandamientos, y yo rogaré al Padre y os dará otro Paráclito. Este nombre “ Paráclito”, significa consolador, defensor. El Espíritu Santo, en efecto, vendrá sobre los discípulos después de la Ascensión del Señor. Jesús promete que por medio de El, el Padre les enviará el Espíritu Santo. Jesús está revelando el misterio de la Santísima Trinidad. Nuestro Señor Jesucristo nos habla del Espíritu Santo como de otro Paráclito, porque será dado a los discípulos en lugar suyo como Abogado o Defensor. Jesús sube al cielo pero permanece con nosotros por medio de su Espíritu, el Espíritu Santo.
El Espíritu Santo cumple ahora el oficio de guiar, proteger y vivificar a la Iglesia. Esta es la misión del Espíritu Santo: asistir a la Iglesia y santificar nuestras almas. Por grandes que sean nuestras limitaciones, todos podemos mirar con confianza a los cielos y sentirnos llenos de alegría: Dios nos ama y nos libra de nuestros pecados.
La presencia y la acción del Espíritu Santo en la Iglesia son la prenda y la anticipación de la felicidad eterna, de esa alegría y de esa paz que Dios nos depara. En la Última Cena hay un ambiente de emoción y de tristeza en los Apóstoles ante la despedida del Señor Jesús les habla con ternura, llamándolos hijitos y amigos, y les promete que no quedarán solos, pues les enviará el Espíritu Santo, y El mismo volverá a estar con ellos. En efecto, le verán de nuevo después de la Resurrección, cuando se les aparezca durante cuarenta días hablando con ellos del Reino de Dios. Cuando subió a los cielos dejaron de verle; no obstante Jesús sigue en medio de sus discípulos, según había prometido, y le veremos cara a cara en el Cielo; entonces podremos ver lo que ahora creemos. Ahora le conocemos por la fe, entonces lo conoceremos por la contemplación. Mientras vivimos en este cuerpo corruptible, estamos peregrinando hacia el Señor: caminamos en la fe y no en la visión. Pero entonces le veremos directamente tal cual es.
Hoy, y siempre debemos suplicar con humildad y confianza, más amar al Espíritu Santo, al Huesped divino del alma limpia. Hablamos de Dios Padre, hablamos de Jesucristo el Hijo de Dios, pero al Espíritu Santo parece que le tenemos en un lugar secundario. Que no sea para nosotros el Dios desconocido del que habla San Pablo a los atenienses. En el Bautismo, recibimos al Espíritu Santo, y con mayor plenitud en el sacramento de la Confirmación. Invoquemos al Espíritu Santo para que nos llene con sus dones, frutos y carismas. ¡ Ven, Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles y enciendo en ellos el fuego de tu amor!