Asegura un dicho que donde las leyes flaquean, los pillos se pavonean. No le falta razón. La justicia es de la injusticia lo que para el hombre es la vida de la muerte, el bien del mal. Inseparables el uno del otro. El ordenamiento jurídico español no es completamente el fiel reflejo de nuestra vida. A toro pasado, sí.
Es reciente la Proposición de Ley Orgánica del Partido Popular para modificar el Código Penal, con el objetivo de ampliar de cuatro a nueve años las penas de cárcel frente a los atropellos de ciclistas. También incluye un acertado pero tardío delito como es el de castigar con hasta cuatro años de prisión al conductor por abandono del lugar del siniestro. La propuesta del PP no es ni mucho menos el trébol de cuatro hojas. El castigo por el castigo quizá no sea el antídoto perfecto para estos siniestros. Las multas intimidan, no adormecen la perversión. La mayoría de los atropellos se producen como consecuencia de la combinación de alcohol y drogas, que da un resultado letal. Abatir el mal es el objetivo. Sobre el terreno es mucho menos complicado.
El miedo no llega hasta que no te acaricia la piel. El cepo antes te atrapa, pasada la tormenta sólo te maldice. ¿Qué sería de aquellas almas víctimas de la tempestad de los bubónicos a cuatro ruedas si hubiera más control? Quizá volverían a pisar el pedal por el mismo asfalto que cruza su sombra, quizá no pero su compañero seguiría en pie de guerra.
Las leyes deberían adaptarse a nuestros días. No nosotros a ellas. La utopía de la justicia sigue pisando fuerte, la injusticia es a lo que deberemos enfrentarnos. Hacer el bien no debe depender de lo que haga el mal. A toro pasado, la caída puede ser letal. Prevenir es mejor que lamentarse.