Dios Padre declara solemnemente ante Pedro, Santiago y Juan que Cristo es su Hijo Unigénito, a quien deben escuchar y seguir. El misterio de la Transfiguración nos recuerda que los creyentes somos imagen de Cristo y que esperamos su misma gloria. Jesús no se contentó con anunciar a sus tres apóstoles en el monte Tabor que había de morir y resucitar al tercer día, sino que quiso confortarlos en su fe; por eso quiso que pudieran contemplar por unos momentos la gloria de su Divinidad. El testimonio del Padre, revela que Jesucristo es el Hijo de Dios, el Hijo muy amado, Dios mismo.
Moisés y Elías son los dos representantes máximos de la Ley y los Profetas. La posición central de Cristo indica su preeminencia sobre ellos, y la del Nuevo Testamento sobre el Antiguo. En el A.T. se hallan las promesas, en el N.T. tiene lugar la realización de las promesas de Dios. En Cristo Dios habla a todos los hombres; su voz resuena a través de los tiempos por medio de la Iglesia. Estas palabras son escuchadas también por los no cristianos. La vida de Cristo habla al mismo tiempo a tantos hombres que no están aún en condiciones de repetir con Pedro: “Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo”. Jesús con su muerte en cruz nos hace patente que su amor abarca a todos. Nadie da una prueba de amor más grande que el que da su vida por sus amigos.
La Iglesia no cesa jamás de revivir su Muerte y su Resurrección, que constituyen la esencia de la vida cotidiana de la Iglesia. La cual vive el Misterio Pascual y busca continuamente los caminos para acercar este misterio de su Maestro y Señor al género humanos. Pidamos, con fe y esperanza, por la propagación de la Fe de Jesucristo.