El pasaje del Evangelio nos habla de que Jesús promete a San Pedro el Primado sobre toda la Iglesia. Después de su Resurrección, según nos relata el Evangelio de San Juan ( Jn 21,15-18), nuestro Señor Jesucristo confiere a Pedro los poderes supremos para el bien de la Iglesia. Como la Iglesia ha de permanecer hasta el fin de los tiempos, sus poderes se transmitirán a aquellos que sucedan a Pedro a lo largo de la historia. El Romano Pontífice es el sucesor de San Pedro. El Papa es el perpetuo y visible principio y fundamento de la unidad de la Iglesia. Es el Vicario de Cristo, cabeza del colegio de los obispos y pastor de toda la Iglesia, sobre la que tiene, por institución divina la potestad, plena y suprema, inmediata y universal (Cat.de la I.C. nº 182).
La infalibilidad del Magisterio se ejerce cuando el Romano Pontífice, en virtud de su autoridad de Supremo Pastor de la Iglesia, o el colegio de los obispos en comunión con el Papa, sobre todo reunido en un Concilio Ecuménico, proclaman como acto definitivo una doctrina referente a la fe o a la moral; y también cuando el Papa y los obispos, en su Magisterio ordinario, concuerdan en proponer una doctrina como definitiva. Todo fiel debe adherirse a tales enseñanzas con el obsequio de la fe ( Cat. I.C nº 185).
Todos, sacerdotes y laicos, debemos expresar nuestra adhesión al Papa y al Colegio Episcopal, escuchando sus enseñanzas, poniéndolas en práctica, rezando por la Iglesia de Cristo y sus pastores. En todas las misas se pide por el Vicario de Cristo, y por el obispo diocesano para que el Espíritu Santo los ilumine y los conforte en la difícil misión pastoral que se les ha confiado. Dijo Jesús a sus Apóstoles: «Quien a vosotros escucha, a Mí me escucha».