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Opinión / Fernando Jáuregui

El Rubicón se ha cruzado; ¿qué hay al otro lado?

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Pienso que más grave aún que lo que pueda ocurrir a lo largo de este domingo, fatídico para la democracia, ha sido todo lo que ya ha pasado, las aguas torrenciales bajo el puente, que se llevaron por delante cualquier posibilidad de interlocución civilizada entre las dos orillas. Ahora, todos -el Gobierno central, el Govern y la Generalitat, los medios de comunicación de una y otra parte, los jueces, las fuerzas del orden, esa sociedad civil que es mayoría silenciosa, los activistas, los directores de colegios y hasta los niños utilizados como escudo en un alarde de irresponsabilidad-, todos, han, hemos, cruzado el Rubicón. O el Ebre, aunque una parte del Ebro también me pertenece a mí, cántabro al fin y al cabo. Y a todos los españoles, porque el Ebro no sería posible sin Fontibre, sin Zaragoza, sin Palencia, Burgos, Alava, La Rioja... y el Delta, en Tarragona. Lo que no sabemos es lo que nos aguarda, este mismo lunes ya, quizá esta misma noche de domingo, en la otra orilla. Julio César se atrevió a cometer la ilegalidad de cruzar el río: «la suerte está echada», dijo, sabedor de que iniciaba una guerra civil. Se podrían, quizá, buscar algunos paralelismos entre este pasaje, seguramente muy magnificado por los historiadores, y la decisión de Puigdemont, Oriol Junqueras y la camarilla de la Generalitat de traspasar todos los límites de lo que la legalidad (y la cordura) mandaban. Claro que ellos lo que quisieran es, más que mojarse en río alguno, encaramarse al balcón de la Generalitat para, como Companys hará ochenta y tres años el próximo viernes, proclamar desde allí la República Independiente de Catalunya. No podrán hacerlo, claro, al menos no sin costes excesivos para ellos y para todos. Como no pudieron organizar un referéndum en condiciones, sino una algarada con urnas de tupperware, mossos alterados, tractores en las urbes y población confundida. Pero lo importante, ya digo, es lo que ha pasado hasta aquí. La sensación de que es posible traspasar todos los límites que la legalidad, la democracia, la convivencia y la cordura imponen. El desprecio a esa separación de poderes que implica el respeto al Judicial, el acatamiento a las normas por las que debe regirse el Legislativo y el autocontrol del Ejecutivo. Nada de esto se ha hecho. Y del trato al llamado Cuarto Poder ni hablemos. Una organización para mí tan respetable como Reporteros sin Fronteras ha lanzado al mundo una denuncia que la Generalitat no puede combatir con sus amabilidades a los corresponsales extranjeros: en Cataluña se maltrata la libertad de expresión. Todo eso tiene que tener un precio. Como ha de tenerlo la omisión de diálogo durante tantos años practicado ‘por Madrid', donde también se ha cruzado el Manzanares a bordo de la aplicación, no oficializada, del artículo 155 de la Constitución. Muchas cosas, aunque Rajoy aparente una envidiable tranquilidad -parece que esto no vaya con él, pero sabemos que la procesión va por dentro-, han de cambiar a partir de este lunes, fecha en la que auguro que muchos van a recuperar súbitamente la cordura, empezando por ese ‘mayor' Trapero sobre cuyos hombros se ha cometido la irresponsabilidad de dejar la buena o mala dinámica de un ‘procés' que, desde luego, el Govern catalán no estaba capacitado para pilotar. Sugiero que una de las primeras decisiones a adoptar desde el Gobierno central, que, con bastantes heridas, va a acabar ganando esta batalla, como no podía ser de otra forma, sea abrir una profunda reconsideración sobre cómo se gestiona la educación en Cataluña. Que acabe la discriminación al castellano, pero, sobre todo, que acaben la mixtificación de la Historia y el utilizar a los niños como escudos para que sus atolondrados padres puedan votar en el colegio y contribuir al simulacro de fiesta democrática. Eso, simplemente, no puede ser, y por ahí habría -y lo digo yo, que estoy muy poco de acuerdo con las medidas ‘de dureza'_ que haber comenzado hace ya años, cuando ‘en Madrit' se hacía la vista gorda ante cualquier tropelía del ‘padrone' Pujol y familia. Espero que Rajoy tienda la mano, ya este mismo lunes, a una negociación en la que la Generalitat habrá de sentarse a la mesa en un taburete más bajo, el que corresponde al derrotado. Pero ahora ya es demasiado tarde para hacer dejación de algunas cosas sustanciales, y la sensación de que hay materias que son sagradas y no pue den vulnerarse es una de ellas. Bajará, sin duda, el suflé, pero alguien tendrá que pagar esta orgía, una vez que todos comencemos a evaluar los daños, que son mucho mayores de lo que ahora, en caliente, quizá pudiésemos pensar. Daños que habrá que pagar a ambos lados del Rubicón, quizá, pero más en el lado que está más al Este. La normalidad de una conllevanza orteguiana quizá tarde años en regresar, qué quiere que le diga, y bien que siento tener que ponerlo sobre el tapete del triste análisis que corresponde a un día como el de hoy. Lo de César, ya se sabe, tenía que acabar mal; no se cruza el Rubicón ni se nombra uno dictator perpetuus impunemente. Personalmente, a Puigdemont, un pésimo político que ha avivado las llamas del incendio provocado por su predecesor, no le deseo, por supuesto, tan mal fin: solamente una retirada a la vida privada, en plan Ibarretxe, pero él a su Gerona natal, de donde nunca debería haber salido.

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