El Evangelio que se cita nos habla de que los fariseos, para poner a Jesús en un aprieto, le preguntan si deben pagar el tributo al César o no. El Señor, conociendo su mala intención, les dice: «Dad al César lo que es del Cesar y a Dios lo que es de Dios».
Jesús, con estas palabras, reconoció el poder civil y sus derechos, pero avisó claramente que deben respetarse los derechos superiores de Dios. Jesús es el primero que se somete a la Ley. Cumple la ley biológica –nueve meses en el seno materno–, la ley religiosa –la presentación del Señor en el templo y purificación de su madre– y, finalmente, la ley civil.
Dice a Pedro que con la moneda sacada de la boca del pez pague la contribución para los dos. Y a Dios ¿qué debemos darle? Honor y gloria. Todo lo que debemos dar a Dios se compendia en el primer mandamiento que dice: Amarás a Dios sobre todas las cosas. El que con obras y de verdad ama a Dios también practicará los demás mandamientos. Respecto a las leyes, puede suceder que sean legales y, en cambio, no sean moralmente lícitas; por ejemplo el aborto, la llamada muerte digna (eutanasia) y todo lo que vaya contra la vida humana. Recordemos aquel pasaje del Evangelio, cuando las autoridades prohibieron a los Apóstoles predicar a Cristo. Su respuesta fue: «Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres». Hay un punto clave: el amor práctico al hermano necesitado es esencial. En el día del Juicio dirá el Rey, o sea Jesucristo, «tuve hambre y me distéis de beber, estaba enfermo y me visitasteis, estaba desnudo y me vestistéis».
Es tan importante este amor práctico al hermano necesitado que prevalece incluso sobre la fe. Muchos ignoran que el bien que obran a favor del necesitado lo hacen a Jesucristo. Es igual, lo importante es que se practiquen las obras de Misericordia. El que obra rectamente ya está practicando la fe. Ya vive la fe. Este domingo estamos celebrando el Domund. El domingo mundial de la propagación de la Fe. ¿Cómo podemos colaborar para que la fe de Cristo aumente en nosotros y en todo el mundo? Con la oración, el sacrificio y la limosna. De este modo, ayudamos eficazmente a las Misiones y a los misioneros.
Con la oración alcanzamos de Dios la fecundidad del apostolado misionero, porque sin la bendición del Señor nada se puede llevar a feliz término. Con el sacrificio, piensen los enfermos y todos los que sufren en su cuerpo o en su espíritu, cuanto bien pueden hacer si saben ofrecerlo a Dios a favor de las Misiones. Santa Teresa del Niño Jesús, la gran santa francesa, ofrecía sus muchos sufrimientos pensando tal vez en tierras lejanas, algún misionero necesita su ayuda para no desanimarse y seguir trabajando por la gloria de Dios. Con la limosna podremos colaborar en los proyectos de la Misión. Que la Reina de las Misiones nos ayude.