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OPINIÓN | Javier Jiménez-Ugarte, embajador de España

De embajador a embajador

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Enemigo como soy de la «equidistancia» entre los Gobiernos de España y de la Generalitat en todo lo que tiene que ver en la crisis catalana, felicité a mi querido compañero de carrera por su artículo ‘El golpe de Estado como banalidad', publicado el pasado día 6.

Mi satisfacción por sus duras y bien razonadas críticas a los responsables de aquel intento de creación con una mínima mayoría parlamentaria de una «República Independiente de Cataluña» me hizo pensar que si sus responsables merecían descalificaciones otros, en concreto el Gobierno de Rajoy, debería ser acreedor de felicitaciones.

Desgraciadamente, Melitón Cardona, no compartió mi planteamiento, y publicó un segundo artículo el día 14, ‘La gestión del golpe', en el que, para mi frustración, incrementaba al máximo sus habituales censuras a la gestión de la crisis desde Madrid. Con su apoyo, y el del Director de este diario, me he acogido a un cierto derecho de réplica y paso a formular mi posición al respecto.

En primer lugar, tengo que calificar de inviables por contraproducentes las opciones alternativas que propone en su citado artículo. El artículo 26 de la Ley Orgánica de Estabilidad Presupuestaria pudo haber complacido al resto de los españoles pero hubiese constituido un agravio contra la totalidad del pueblo catalán que, en su mayoría, era contrario a los pasos que venía dando la Generalitat.

Más grave aún, en mi opinión, hubiese sido invocar el artículo 8 de nuestra Constitución que encomienda a las Fuerzas Armadas defender «la integridad territorial y el Ordenamiento Constitucional». Muchos habríamos considerado alejado del buen funcionamiento democrático una militarización de la crisis, algo que habría tenido consecuencias trágicas para nuestra imagen.

Dicho lo anterior, resumiré como si fuesen goles a favor los éxitos de nuestro Gobierno que, en opinión de un veterano Embajador a un mes de su jubilación, le hacen acreedor del reconocimiento de la mayoría de los españoles. Uno, supo el Gobierno de Rajoy, con el apoyo de todas nuestras Embajadas acreditadas en los países miembros – era yo Embajador en Estocolmo – defender con éxito, ante Bruselas y ante las respectivas capitales, que la crisis catalana era de carácter interno, y que, si se llegase a una declaración unilateral de independencia de esta Comunidad Autónoma, ello significaría la salida de Cataluña la Unión, pudiendo sólo iniciar una nueva petición de ingreso.

Dos, agravada la crisis con el mero transcurso del tiempo se fuero entendiendo mejor los peligros que significaba el «procès» para toda la Unión Europea, en lo que tiene que ver con sus principios fundadores como el reconocimiento de la integridad territorial de los hasta ahora 28, y el de los derechos humanos de todos sus ciudadanos. Basta recordar como las máximas autoridades de la Unión acudieron a Oviedo para, tras recibir el Premio Princesa de Asturias hacer público no sólo su apoyo a España sino su total rechazo a la vía rupturista seguida por Puigdemont.

Tres, la «paciencia política» de la que hizo gala el Gobierno de Madrid para dejar clara su voluntad de entendimiento permitió también que la mayoría silenciosa en Cataluña alzase la voz y se identificase con el trascendental discurso hecho por Su Majestad el Rey Felipe VI. También hizo posible que las empresas finalmente reaccionasen ante tan graves amenazas para el bienestar de Cataluña y para su futuro financiero y comercial, e hiciesen saber su rechazo a la independencia, pasando a retirar de aquella Comunidad Autónoma sus sedes sociales o fiscales.

Cuatro. Mencionaré como último gran éxito la aplicación estricta y plenamente respetuosa con la Constitución de su artículo 155, lo que exigió además difíciles negociaciones políticas para acercar las posiciones de los partidos constitucionalistas. De las mismas salieron, a mi parecer, grandes aciertos como la convocatoria electoral anticipada, magníficamente acogida en el exterior, y decisiones más discutibles como la no intervención contrta los propagandísticos medios de comunicación públicos en Cataluña, conscientes todos de que ello podría debilitar nuestra posición ante los celosos organismos que cuidan la libertad de opinión.

Frente a esta goleada de aciertos – me olvido de los indirectos logrados gracias al comportamiento de nuestro, ciertamente independiente, «Poder Judicial», sólo tuvo el Gobierno que encajar un gol, el del 1-O. A pesar de los grandes esfuerzos hechos, y gracias a nuevas realidades como la venta online hubo urnas, y hubo votación. Los independentistas supieron manipular la verdad, exagerar los daños, y multiplicar por cien los desafortunados casos de violencia, llevando todo ello al mundo de las «redes sociales», en el que terminan imponiéndose las falsas noticias, fakenews, para lo que contaron con el muy poco ejemplar Assange, incapaz - como bien recuerdo de mis años en Estocolmo - de atender el requerimiento de la justicia de Suecia para comparecer ante sus Tribunales y hacer frente a las querellas por violación.

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