Estamos celebrando la solemnidad de Jesucristo, Rey del Universo. Como escucharemos en el prefacio de la misa, se trata de un reino eterno y universal: el reino de la santidad y de la gracia, el reino de la justicia, el amor y la paz. El reino de Cristo va creciendo hasta que sean aniquilados sus enemigos, el pecado y la muerte. Cuando nació Jesús, el ángel anuncia a María que su Hijo reinará eternamente sobre la casa de Jacob, y su Reino no tendrá fin. Cuando los Magos entraron en Jerusalén preguntaban: ¿ Dónde está el Rey de los judíos que ha nacido?. En el interrogatorio de Pilato, éste preguntó a Jesús: ¿ Tu eres rey?. Tu lo has dicho: Soy Rey pero mi reino no es de este mundo. Cuando murió, en la parte superior de la cruz estaba escrito: Este es Jesús el Rey de los judíos. Cristo es Rey y Pastor que quiere que todas sus ovejas se salven. El Señor es mi Pastor, nada me falta ( Sal. resp.).
Podemos contemplar ahora la escena grandiosa del Juicio Final. La tradición cristiana le da el nombre de Juicio final para distinguirlo del juicio particular a que cada uno deberá someterse inmediatamente después de la muerte. En este pasaje se pone de manifiesto la enseñanza de algunas verdades fundamentales de nuestra fe:1) La existencia de un juicio universal al final de los tiempos. 2) La identificación que Cristo hace de sí mismo con la persona de cualquier necesitado: hambriento, sediento, desnudo, enfermo, encarcelado. 3) La realidad, finalmente, de un suplicio eterno para los malos y de una dicha eterna para los justos. Seremos juzgados sobre el amor. El Señor nos pedirá cuenta no solamente del mal que hayamos hecho, sino además del bien que hayamos dejado de hacer. De esta forma los pecados de omisión aparecen en toda su gravedad y el amor al prójimo en su fundamento último. Cristo está presente en el más pequeño de nuestros hermanos. Hemos de ver a Cristo en el necesitado.