Son días extraños los que vivimos. Navegamos entre noticias crueles de atentados terroristas, niñas vendidas en mercados por 2 euros y políticos que centran sus debates en las lenguas, en vez de ponerlas en uso y dialogar para sumar sin que la resta nos deje a todos pobres y mudos. Mientras, el olor a Navidad se cuela en nuestras calles para vendernos unas fiestas idílicas entre perfumes y sueños. Algunas veces parece que Calderón de la Barca nos susurrase al oído que la vida es simplemente un sueño con una trama urdida por Buñuel, Woody Allen y Tim Burton y guionizada por los Hermanos Marx, en la que nada es real, el humor es demasiado negro y habita un escueto camarote. En días como hoy tengo un escalofrío de certeza que me dice que la ficción supera a la realidad.
En esta dictadura del consumismo que nos encarcela, en la que incluso los niños viven engañados y sin detectar las ventanas de libertad que podrían pintar o inventarse en cualquier momento, los anuncios de televisión los dirigen afamados directores de cine, y las muñecas de Famosa ya no van al portal. La iluminación de las calles o las cabalgatas de Reyes se debaten en los plenos institucionales como si fuesen temas de estado y los fantasmas apolillados de quienes solo ven las sombras en todo dejan un tufo desagradable que amenaza con aguarnos las fiestas. Esos, los mismos que defienden causas con las que luego en sus casas no comulgan, nos tienen aburridos con sus historias de las rupturas que pretenden imponernos, a nosotros, los que sabemos querer bien, y nos obligan a cerrar las páginas de los periódicos y a apagar radios y televisiones por no aguantarlos.
Estaba yo enroscada en estos pensamientos cuando de pronto me llegó un email cuyo asunto decía: «Me encanta esta historia». El correo electrónico tan solo incluía un link y un escueto: “Te quiere M.”
Al “pinchar” en la dirección de aquella noticia me teletransporté hasta 1777 para sumergirme en una auténtica cápsula del tiempo anal. Sí, lo han leído bien, no hay ninguna errata en el término. En Sotillo de la Ribera, un pequeño pueblo ubicado junto al mío donde hacen, por cierto, unas de las mejores morcillas de Burgos de la provincia, un grupo de restauradores han encontrado en las posaderas de una talla de un Cristo del Siglo XVIII un documento cuidadosamente redactado que relata los usos y costumbres de la época. A mí también me ha encantado esta historia, querida Mercedes Ortiz y por eso, si te parece bien, vamos a compartirla con el resto del mundo ya que es mucho más especial que el pastelón del anuncio navideño de la Lotería de Navidad de este año o que los turrones y mazapanes de turno. Esta es una de esas crónicas digna de estas fechas y que no indigestan.
Son días extraños los que vivimos, pero aun así no dejan de ser maravillosos y sorprendentes, tanto que el culo de una escultura nos ha mostrado la maravillosa caligrafía del capellán de la catedral de Burgo de Osma, Joaquín Mínguez, desgranando información económica, religiosa, política y cultural de la época. Un tesoro en forma de dos pliegos de papel escritos a mano por ambas partes, destinados a comunicarse con el futuro y que, tras datarse y guardarse como procede, han vuelto a su lugar de origen para seguir siendo testigo del ayer, eso sí en una moderna copia de 2017.
¿Qué llevó a este capellán a dejarnos un mensaje? ¿Sabían que relata, por ejemplo, cuánto costó dicha talla, su autor, quiénes gobernaban esos días, las enfermedades de la época, juegos tradicionales, qué se cultivaba y lo bueno y generoso que era ya entonces el vino de la Ribera?
Esta pieza del escultor Manuel Bal lleva siglos portando una carta oculta para nosotros, escondida y secreta. Un mensaje que seguro hizo sonreír a su autor y que habrá provocado emoción en quienes lo han encontrado. Ese “Cristo del Miserere” nos ha recordado otra época en la que nosotras, mi querida M. y una servidora, escondíamos poemas y mensajes en los árboles del río Duero que bañaba nuestro instituto para que alguien los encontrara en un futuro, porque teníamos la esperanza de conmover a quien los hallara.
Esta cápsula del tiempo anal es el milagro de la Navidad, la esperanza pintada en sonrisas cómplices y la prueba de que merece la pena seguir leyendo noticias en los periódicos porque no siempre son malas; algunas veces logran, incluso, sorprendernos y emocionarnos.