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OPINIÓN | Jorge Montojo

El vino de Bes

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Cirlot señala que la vid simboliza la juventud y vida eterna. Según Eliade a la Diosa Madre se le dio primitivamente el nombre de «Diosa cepa de la vid», representando la fuente inagotable de creación natural.

Baco, como Shiva, es el dios de la embriaguez, el vino y los éxtasis orgiásticos. Baco es Dionisos, el dios que tras pasar una temporada por la India regresa con la vid al Mediterráneo, transforma a los piratas en delfines, da una patada a los serios ascetas que reniegan del placer vital, hace el amor a sus mujeres y promueve el gozo de vivir. Sin duda es un poderoso enemigo del sistema.

Sus compañeros son los bhaktas, bribones celestiales que encarnan la alegría, el valor y la fantasía; juerguistas perpetuamente en celo y buscando buena fortuna; irreverentes, algo chiflados, a los que ningún savonarola de turno puede regañar so pena de sufrir la ira del dios: ¡Yujuju! era su vieja exclamación ritual.

El dios Bes, que da nombre a Ibiza, podría ser un perfecto compañero dionisiaco. Procedente de la mitología de los pigmeos africanos, pasó al panteón egipcio y de allí vino navegando –por una mar color de vino– con los cartagineses hasta fundar Ibiza hace 2700 años. Protege el sueño de los niños, ahuyenta tanto a fanáticos como animales venenosos, alienta a la danza, la risa, el sexo y cuida que las al.lotas siempre tengan algún enamorado.

El vino de Bes promueve la ausencia de clases (“en Ibiza hay hijos de pescadores, hijos de payeses e hijos de puta”, escribía Isidoro Macabich), más lealtad que fidelidad, gran poder femenino (ellas escogían su marido y, si no se lo permitían, se fugaban con el que las gustaba) y una tolerancia magnífica de vive y deja vivir, pero sin dar el coñazo, propia de bravos descendientes de corsarios.

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