Contra la opinión de amigos, conocidos y desconocidos he venido sosteniendo desde el mismo momento en que se utilizó un 155 descafeinado por una convocatoria electoral extemporánea ante el intento de golpe de Estado que el remedio iba a ser peor que la enfermedad y, por desgracia, los hechos me han venido dando la razón. El golpe continúa y la tibieza rayana en la cobardía ante los acontecimientos del pasado octubre ha confirmado a los separatistas en la opinión de que su aventura es viable en el plano interno, por mucho que en el internacional sólo haya contado con la complicidad de esa entidad gaseosa que es Osetia del Sur. De nada han valido ni la fuga masiva de empresas ni el hecho de que Ciudadanos se haya convertido en la primera fuerza política de la Comunidad autónoma de Cataluña.
Empieza a resultar incomprensible, cuando no sospechoso, que un político tan avezado como el señor Rajoy no se percate de que su tibieza rayana en la cobardía ante el golpe de Estado separatista acabará por reducir a su partido a la insignificancia; siquiera por eso, por mero cálculo electoralista, hace tiempo que debería haber actuado como hombre de Estado en lugar de hacerlo como político provinciano al que parece venir muy ancho el cargo de Presidente del Gobierno de uno de los estados más antiguos del mundo. Tal vez haya pensado que el reto separatista era susceptible de neutralizarse mediante astucias galaicas de las que prosperan cuando entre bobos anda el juego y los protagonistas se conforman con arañar presupuesto y obtener prebendas o impunidades. Sea como sea, su cobardía en tablas judiciales acabará perjudicando más a su partido que al Estado que capitidisminuye con su pasividad porque es seguro que la población le pasará una elevada factura en la próxima cita electoral, como apuntan todas las encuestas.
El viernes pasado, Durán i Lleida publicó un artículo en La Vanguardia titulado El riesgo de perderlo todo en el que afirmaba que «lejos de conseguir la quimera de la independencia, a la que algunos aspiran o aspiraban, el resultado es que estamos perdiendo la autonomía que teníamos». Coincido con él, por una vez y sin que sirva de precedente, porque cabe esperar que algún político con sentido de Estado decida algún día suspender sine die la autonomía de la Comunidad autónoma de Cataluña hasta que sus políticos nacionalistas den signos inequívocos de propósito de enmienda y decidan volver a saquear las arcas públicas con la misma dedicación y tenacidad con las que lo han hecho durante décadas.