La verdad es que el sushi en las Pitiusas, ahora que ha cerrado el estupendo restaurante de Aoyama en la plaza Drassaneta, está sobrevalorado. Prefiero con mucho una rotxa o un buen mero al horno con patatas, unos raors deliciosamente fritos, unas gambas o un rape a la plancha antes que un pescado crudo que lo más parecido que vio al mar fue la bruma de penicilina en una triste piscifactoría.
Por eso se cotiza tanto el atún, que no ha sido del todo domesticado, y vienen a pescarlo a aguas pitiusas (donde hay un producto excelente que paga su peso en oro). Por eso, aunque cabree, no sorprende la denuncia del Consell sobre la prácticas ilegales de atún rojo de las grandes flotas, que tiran muerto el ejemplar que no consideran perfecto, para que toda su cuota de pesca sea de primera. Tal escabechina tiene mucho que ver con la picante invasión de medusas, que tienen en el atún, delfines, tortugas y algún gourmet nipón sus principales depredadores.
Una de las grandes bazas pitiusas frente al mediterráneo oriental es la calidad del producto de sus aguas, que gozan de corrientes privilegiadas. En Grecia, si sales de los lujosos garitos que han sobrevivido a la crisis en claridad ática de Atenas, nada hay más allá de los suculentos salmonetes; en Turquía emplean las especias para adornar la falta de sabor de algún pez que viene quién sabe de dónde. Son las consecuencias de demasiada pesca con dinamita.
Las grandes flotas, como los partidos políticos, deberían tener mayor y mejor vigilancia. Con unas nos jugamos el mar y con otros el bienestar, lo cual en estas latitudes, monta tanto.