L a alegría es la más elegante actitud vital y favorece los milagros, así que mantente radiante. La aspiración del dandy, según el maldito Baudelaire, era ser sublime sin interrupción. El mitólogo Joseph Campbell afirmaba gozoso que la meta era vivir en pleno éxtasis de la energía, con prestancia divina, como Dionisos cabalgando al leopardo sin ser despedazado.
Tales filosofías, que barajan un equilibrio entre lo apolíneo y dionisiaco, chocan con el más bajo denominador común de la igualitaria modernidad, esa anestesia social que pregona el nuevo totalitarismo voceado por los mamones de la cosa pública. Pero, reflexiona, ¿estás hecho para formar parte de un rebaño de dictado balido único o eres capaz de sentir, pensar y actuar por ti mismo en el gozo sagrado de la espontaneidad? ¿No sería realmente lo mejor vivir sin rótulo social, sin seguro y sin predestinación, irresponsablemente, incluso licenciosamente, siempre dentro de los límites de la bondad y el honor? Algo así como un pirata galante, un ermitaño taoísta o una danzarina babilónica en la caliginosa trenza de la vibración vital
La Navidad y su solsticio son tiempo propicio a los milagros, a que sucedan fenómenos incomprensibles racionalmente que por su propia naturaleza exigen un salto de fe (¡Salta, no es tan ancho como parece!). Semeja que en estos días de maravilloso contagio de sabia alegría infantil todo puede suceder. Los magos, brujas, médiums, poetas, sacerdotes, chamanes...o sea, ese grupo sensitivo al que se refería Robert Graves: «Los poderes ocultos no son tan raro: una persona de cada veinte los posee de una forma u otra», desean beneficiarse con su voluntad de un tiempo especial en que al Universo le place ayudar al hombre.
Feliz Navidad.