El descubrimiento de la tumba de Cleopatra, luego desmentido por un lost in translation del egiptólogo Zahi Hawass, me ha hecho brindar de nuevo por esa maravillosa mujer que encarnó el cocktail perfecto de cultura helénica y misterio egipcio. Ya me hubiera gustado que la pareja formada por Julio César y Cleopatra se hubiera mantenido en el poder en lugar del aburrido Octavio. César era conocido por ser el marido de todas las mujeres y la mujer de todos los maridos, y Cleopatra era la mujer más fascinante: cum laude en armas femeninas, aliadas con un ingenio e inteligencia formidables. También el voluble Marco Antonio era deseable por su lujuria y gustos dionisiacos, pero sus esperanzas se ahogaron en la batalla de Actium.
En la película de Liz Taylor y Richard Burton –lo que ha unido el alcohol que no lo separe el hombre—eran de nuevo Isis y Baco, juntos contra el imperio de albañiles que suponía la facción romana de Octavio.
Dicen las crónicas antiguas que era imposible resistirse a la voz de la egipcia, que entonaba «infinita voluptuosidad». Tenía el poder de las sirenas y hacía de la política un arte. Lo cual me lleva a pensar que precisamos urgentemente de una Cleopatra mandando en nuestro archipiélago, pues Baleares es una comunidad tradicionalmente maltratada en los presupuestos, que en casi nada contemplan su espléndido aislamiento.
Debiéramos luchar mejor por tener un régimen especial como el de Canarias, pero los políticos de los diferentes bandos isleños acostumbran a ser esclavos de la mafiosa disciplina de sus partidos nacionales o incluso lacayos de la berrea catalanista. Nada nuevo bajo el sol presupuestario, pero estos últimos suponen una bofetada muy socialista de il dottore Schz a su camarada Armengol.
Nuestros políticos no saben seducir.