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Opinión/Lucas Ramon Torres. Sacerdote

Tercer Domingo de Cuaresma (Lc. 13, 1-9)

| Eivissa |

En el Evangelio Jesús nos habla de la necesidad de la conversión. Hace alusión a los galileos a los que Pilato mando ejecutar y a los 18 hombres sobre los que cayó la torre de Siloé y los mató. El Señor explica que aquellas personas que padecieron tales desgracias no se debía a que fuesen peores que los demás. ¡No! Os lo aseguro; pero si no hacéis penitencia, todos pereceréis igualmente. Dios no siempre castiga en esta vida a los pecadores. Todos somos pecadores y Dios puede castigarnos por nuestros pecados; pero Cristo ha venido a reparar por nuestros pecados y nos ha abierto las puertas del Cielo. Cristo murió por nosotros y esto nos debe dar paz y esperanza.

El Señor Jesús también nos ha hablado en el Evangelio de la higuera estéril. Con esta parábola nos da a entender que es necesario que produzcamos frutos abundantes, que correspondamos a las gracias que hemos recibido. Jesús pone de relieve la paciencia de Dios en la espera de esos frutos. Un hombre dijo al viñador: hace tres años que vengo a buscar fruto en esta higuera sin encontrarlo. Córtala. Pero el viñador le respondió: señor, déjala también este año por si produce fruto; si no, ya la cortarás. Dios no quiere la muerte del pecador, sino que se convierta y viva. La divina misericordia, sin embargo, no puede llevarnos a descuidar nuestros deberes, adoptando una actitud de pereza comodidad que haría estéril la propia vida.

Dios aunque es misericordioso también es justo. Hay muchos cristianos que podrían rendir más y no se deciden a ser generosos viviendo su vocación de hijos de Dios. La gracia de la fe no se nos ha dado para que brille ante los hombres. «Que brille vuestra luz ante los hombres para que viendo vuestras obras buenas den gloria a vuestro Padre en el cielo». Volviendo a la parábola de la higuera, la cava, la riega, y se subraya el vínculo afectivo con el árbol. Jesús se convierte en ese viñador que propone a Dios Padre un tiempo añadido para dar al hombre una última oportunidad para que se convierta mediante la fe y la penitencia. Dios quiere que todos los seres humanos se salven y concede pacientemente ese tiempo, el llamado tiempo de misericordia. Al Dios del A.T. lejos de ser un Dios terrible, justiciero y castigador, es un Dios compasivo y misericordioso, lento a la ira, y pródigo en amor y fidelidad, como nos dice el libro del Éxodo. Al igual que el Señor hemos de abrir nuestros ojos, y ver, abrir nuestros oídos y escuchar, para conocer los sufrimientos de nuestros hermanos para librarlos y confortarlos en sus adversidades. Nuestra misericordia ha de ser afectiva, de forma que incline nuestro corazón a las miserias de toda índole. Nuestro compromiso por mejorar este mundo ha de empezar por salir al paso (encuentro) de los más pobres, de los más débiles, de los que menos cuentan. Debemos amarnos unos a otros con obras y de verdad.

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