La Bella Dorita era aquella estrella del cabaret catalán que, cuando los anarquistas decretaron el salario único e igual para todos, comentó: «muy bien, pues que enseñe el culo el acomodador». Me revela tal genial anécdota el viejo niño Luís Racionero, que pudo admirarla en sus años mozos. Tal declaración de la Bella Dorita es una lección formidable de Realpolitik y una clara defensa del mérito antes que la dictadura del más bajo denominador común de la torticera igualdad. Entre el culo de la artista y el del acomodador marchaba una diferencia de salario tan estratosférica como su bendita diferencia. Naturalmente ganó la bella, pues en cuestiones cabareteras el sentido común suele imponerse.
El problema es cuando salimos del sano ámbito carnal y transgresor para escuchar a los nuevos ayatolás de lo políticamente correcto. ¡La de tonterías que se les ocurren para dictar la vida de los otros! Pretenden reeducarnos en una moral esclava y timorata –esclavo es, como decía Gore Vidal, aquel incapaz de hacer poesía— en la nueva granja donde todos somos iguales, pero los hay más iguales que otros. Es una perversa cuestión de doma y molde.
El reciente chalaneo de los pactos políticos para gobernar demuestra cuán poco creen los mismos en los dogmas que predican. ¿Son todos iguales? Orwell denunció que en Barcelona los anarquistas fueron asesinados al grito de fascistas por los celosos comunistas. En política necesitamos menos idealistas y mejores administradores, pues para el arte de vivir siempre será mejor leer a Montaigne y admirar el culo de la Bella Dorita.