En estas fechas se cumple el octavo aniversario de la puesta en marcha del Centro de Día de Formentera. Desde entonces, un extraordinario equipo humano trabaja eficazmente para mejorar la calidad de vida de personas afectadas de Alzheimer y otras demencias, personas con discapacidad y enfermedades mentales y, por supuesto, también la de sus familiares y cuidadores.
La demencia senil es una enfermedad cruel en la que los trastornos del comportamiento, con conductas incoherentes de un ser querido generan tensión y estrés en el entorno. Nos resulta muy difícil asumir que aquella persona coherente y querida ya no está.
El equipamiento de Formentera goza de unas fantásticas instalaciones, en las que se trabaja la autonomía y el bienestar del paciente, ejercitándole física y mentalmente, se ofrece una alimentación adecuada y se administra la medicación.
Ya se ha iniciado la construcción de la futura residencia pública, otro servicio muy necesario para una población que cada vez tiene mayor esperanza de vida.
Es muy injusto que algunos tengan que pasar los últimos años de su vida en una isla y en un entorno diferente al de siempre por la falta de este equipamiento.
Nuestros mayores nos trajeron al mundo, nos enseñaron lo que sabemos, sufrieron con nuestras enfermedades e hicieron suyos nuestros éxitos. Por eso es justo que en sus últimos años reciban la mejor de las atenciones. Una tarea nada fácil en una sociedad tremendamente ocupada con tareas más prosaicas.
Por eso es tan importante la implicación de las instituciones en servicios de calidad que garanticen un final de viaje saludable y cómodo. Por otra parte, no perdamos de vista que en el mejor de los casos todos acabaremos llegando a ese punto del camino.