Quién no ha vivido la experiencia de intentar calmar a un bebé y que no haya manera. Ya sea propio o ajeno. El cuidado de un bebé, ese ser que no sabe hablar, que pide y reclama, es todo un arte. Pues imagine ahora tener que cuidar a ocho criaturas de menos de un año a la vez. O a 18 de entre 2 y 3 años. ¡Una locura! ¿Verdad? Pues eso es lo que hacen a diario las educadoras en las escoletes de Ibiza. Se nos llena la boca con la importancia cognitiva de la educación temprana, que si nuevas teorías, estímulos de todo tipo blablabla. Queremos la mejor educación para nuestros hijos, faltaría más. Y sin embargo ahí tenemos a las educadoras infantiles, cobrando 930 euros por convenio. Ni mileuristas. Que sepa usted que el cambio de aceite de su coche está mejor pagado que el cambio de pañales de su hijo al que dejó esta mañana en la guardería.
Las educadoras infantiles (e insisto en el femenino porque es un sector donde las mujeres predominan) en general sienten pasión por su trabajo y creo que eso debería valorarse. Este trabajo no lo puede hacer cualquiera. Que le suelten a usted con esa tropa de 18 niños con lengua de trapo que quieren descubrir el mundo a base de chichones, pintarrajeos y mordeduras. Y no solo es tenerlos controlados, también empezar a enseñarles inglés o juegos para desarrollar su creatividad. Y entonces uno vuelve al convenio y descubre que esas profes de infantil tienen 38 horas de atención directa a los niños. ¿En qué momento preparan ese material? Quizás antes de empezar a implementar la educación universal de 0 a 3 años, que, seamos realistas, habrá que concertar, nos deberíamos plantear en qué condiciones tenemos a las personas que se hacen cargo de los primeros estadios educativos de las nuevas generaciones.